Hacia el final de la primera temporada de O mecanismo, Marco Ruffo, el protagonista, intenta suicidarse. No puede más. Ha decidido volcar toda su vida en combatir la corrupción que asola a su país, pero la hidra es más fuerte que él. Es más fuerte que nadie.

Ruffo es un policía de ficción, pero casi todos los demás que aparecen en la serie, aunque bajo otros nombres, pueden ser fácilmente identificados con personas bien reales; con políticos, empezando por el mismísimo Lula y por Dilma; con empresarios, con Marcelo Odebrecht al frente; con mafiosos e intermediarios; con fiscales y con jueces, incluida la estrella, el inefable Sergio Moro.

O mecanismo, que acaba de estrenar su segunda temporada (en España se emite bajo el título de Túnel de corrupción), trata de explicar lo inexplicable: la densa y extensa red que funde a la clase política y empresarial de Brasil en una sola fuerza cuyas ramas se extienden por todo el continente. Un cáncer, todo un sistema del que participa absolutamente todo el país, desde el fontanero que va a arreglar las tuberías hasta el presidente.

No en vano, en la anterior legislatura, más del 50% de los diputados brasileños tenían cuentas pendientes con la justicia. Casi todo el país, menos una parte del poder judicial, encarnado sobre todo en la figura del juez Sergio Moro, que supo mantener su independencia y rastrear hasta sus últimas consecuencias la trama del Lava Jato, cayera quien cayera. El último pilar de la democracia brasileña. O así parecía, al menos.

Las filtraciones que apuntan a que Moro podría haber orientado las investigaciones de la fiscalía con un sesgo político --lo que llevó, entre otras cosas, al encarcelamiento del expresidente Lula-- han vuelto a hacer saltar todas las alarmas en la sociedad brasileña. El fin de la necesaria neutralidad judicial.

Para muchos, la heroica imagen de Moro se emborronó cuando aceptó ser ministro de Justicia del Gobierno de Jair Bolsonaro, un presidente populista y ultraconservador, homófobo y sexista que llegó al poder aupado en la indignación de la ciudadanía, precisamente, por la corrupción de los políticos. Pero, de confirmarse las acusaciones, el juez-ministro podría pasar a ser el nuevo villano oficial del país. Es pronto aún para saber qué consecuencias tendrán las conversaciones filtradas por vía anónima a The Intercept. Tanto Moro como la otra persona directamente implicada, el coordinador de la operación Lava Jato, Deltan Dallagnol, niegan cualquier mala práctica.

Hace algunas semanas corrieron los rumores de una posible dimisión de Moro por desavenencias con un Bolsonaro que cae en las encuestas mientras su ministro de Justicia es el miembro más valorado del gabinete. Han tenido desencuentros, entre otros, por el control de un organismo que investigó al hijo del presidente por presuntos pagos ilegales.

Si esto fuera una serie de ficción, podría pensarse que es una manera de desprestigiar al ministro y quitárselo de en medio. Pero no lo es y habrá que esperar al desenlace.

* Directora de Esglobal