El pacto de las tres derechas para copar la Mesa de la Asamblea de Madrid ha resuelto una de las más inquietantes incógnitas de mi adolescencia: te puedes quedar embarazada montando en bicicleta. A ver, si no, cómo se puede parir un tripartito en el Parlamento madrileño y gestar otro embarazo tricigótico para el Gobierno regional sin que haya existido relación carnal. Eso dicen, que Rocío Monasterio e Ignacio Aguado solo compartieron café en un hotel madrileño sin llegar a mayores. Que a Ciudadanos y a Vox les ha bastado con prestarse unos óvulos fecundados de una misma doctrina y una misma fe para que se desarrollen en distintas bolsas amnióticas sin tocarse.

Por recomendación de Monasterio, Rivera está venciendo el «asquito» que le produce Vox que, por lo que se ve, es más superficial que el que le produce Pedro Sánchez, con el que ni siquiera hará manitas. Las relaciones amorosas interesadas desvirtúan los patrones eróticos hasta enfermar por disfunción, pues no se entiende de otra forma el abrazo, opaco y negado, de los liberales con la extrema derecha. Hay cortejo, sí, y comunicación, también, pero a través de terceros, sin roce ni piel, aunque ese papel de probeta, hay que reconocerlo, lo está haciendo muy bien el PP.

De momento lo de Madrid, como lo de Murcia, son terapias avanzadas de fertilidad a medida, lo que da idea de la gran progresión que se está produciendo si se la compara con la reproducción asistida que se fraguó en Andalucía. La lista de espera es larga y afecta a gobiernos autonómicos, parlamentos y un sinfín de ayuntamientos. Nace una nueva generación, la de pequeños emperadores que, aunque no tengan media bofetada política, acaban tiranizando a toda la parentela y al sursuncorda.

* Periodista