La muerte de un hombre joven es siempre una tragedia, es siempre una memoria fragmentada y difusa de lo que pudo haber sido. La muerte de un hombre joven que además es padre de tres hijos, que con 35 años tiene ya tres nombres en los labios, es un desastre. Pero un desastre que sucede cada día, un horror que en muchos casos podría evitarse. A la espera de que se concreten los datos definitivos sobre el accidente mortal de José Antonio Reyes, se me ocurre que sólo el año pasado hubo en España 1.180 muertos por accidentes de tráfico: 18 menos que en 2017, pero aun así un desastre. Porque entre esos 1.180 fallecidos había mujeres y hombres, padres y mujeres, hijos e hijas. Familias destrozadas, en muchas ocasiones, porque el gilipollas de turno se tomó la carretera como un rally particular. No digo que sea el caso de José Antonio Reyes, entre otras cosas, porque también los muertos siguen teniendo derecho a la presunción de inocencia y al honor de su nombre, cristalizado en la memoria de sus hijos; aunque tampoco sirve de nada esconder aquí que hay algunos indicios de que pudo haber sucedido así. No solo por el conocido gusto que el jugador sentía por los coches de alta cilindrada y por cómo la desarrolló en sus distintos destinos futbolísticos, por cómo los paseaba cada vez que volvía a Andalucía, porque un hombre tiene derecho a exhibir sus pasiones. Aunque mucho cuidado, eso sí, con las pasiones que necesitan ser exhibidas para ser eficaces, cuidado con el fantasma de la ostentación, con su vértigo de pérdida.

El coche --bólido habría que decir-- en el que ha muerto José Antonio Reyes y el primo que lo acompañaba era un Mercedes S550: una berlina de lujo que ya venía de serie con un motor de ocho cilindros, inyección directa biturbo y potencia de 469 CV, capaz de pasar de 0 a 100 km/h en 4,7 segundos, sobre una caja de cambios automática de 9 velocidades. Esta maravilla tecnológica, que puede ser también un féretro de lujo, cuesta la friolera de 99.000 euros. El dinero con el que viven varias familias al año. Pero este coche no era suficiente para el futbolista: Reyes lo adquirió a través de Brabus, un preparador especializado en superdeportivos. Así, su Mercedes S550 se convirtió en un Mercedes Brabus S550. ¿Las variaciones? Detalles de carrocería, desarrollos del motor adaptados a una concepción más deportiva, suspensiones modulares y un extra de potencia: de 469 CV pasa a los 550 CV, y una velocidad punta 250 km/h. Más allá del cambio de tarifa, que sube hasta los 150.000 euros, a uno le gustaría saber para qué quiere un hombre un coche que alcanza los 250 km/h para circular por las carreteras españolas. Insisto: todo el mundo tiene derecho a tener sus pasiones y a exhibirlas, si su necesidad de ostentación lo requiere así. Pero no hablamos de un coche que venga así de fábrica, sino que fue modificado. La pregunta es: ¿para qué? Seguramente, para hacerlo correr.

Me caía bien José Antonio Reyes. He leído la carta de despedida que le escribió su hijo mayor, de once años, y jugador en punta como él. Es muy hermosa. Es la carta que un hijo le escribe a un hombre que ha sido y será siempre, en su recuerdo, un buen padre. Así que mi tristeza está con él. Pero mi indignación con ciertos comportamientos al volante --que quizá no fueron los de José Antonio Reyes, ya se verá-- me hace estar muy cerca de la reflexión de Santiago Cañizares, que ha sido respetuosa con el muerto, sí, pero también con los miles de muertos que cada año se van quedando en nuestras carreteras.

Está bien la elegía. Es justa y necesaria. Ha muerto un hombre joven que era además un jugador de fútbol distinto a los demás, festivo en sus subidas, creativo con el gol. Era un hombre además con una historia propia de vértigo y fracaso, de éxito y de pérdida, porque nunca alcanzó el techo que sus entrenadores veían en él. Tenía destellos, magia. Tenía una luz poética en los pies. Ahora ese niño que lleva su nombre llevará también el peso de las horas que vivieron juntos como un salvavidas del espíritu, como una voz redonda gravitando en sus pies, como una sucesión de consejos silentes que su padre le seguirá diciendo cuando salga al césped, y también en otros muchos momentos.

Pero hoy recuerdo además a los otros cientos, a los otros miles, a todos los demás padres sin elegía que también han muerto en carretera, que han dejado huérfanos a sus hijos, porque un imbécil con el ego inflamable decidió correr más, pasando por encima de otras vidas y haciéndolas arder.

* Escritor