El análisis y el estudio del sufrimiento y las calamidades del ser humano, o de la familia humana, han hecho correr ríos de tinta, a la par que se han vertido ríos de sangre en las guerras, los genocidios, las enfermedades y plagas, y las masacres históricas, cuyos relatos de horror se plasman en narrativas de todo tipo, en estudios, películas, pinturas y textos literarios.

El gran genio de Shakespeare lo plasmó magistralmente en el famoso monólogo de Hamlet, «To be or not to be»: «Las flechas y las pedradas de la atroz fortuna, los miles de males que la carne hereda, los latigazos y desdenes del tiempo, las injusticias del opresor, las afrentas del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder, las vejaciones que el mérito recibe del hombre indigno...; gruñir y sudar bajo una vida cansada, el terror ante lo que venga después de la muerte, ese mundo por descubrir del que ningún viajero regresa...».

García Márquez en el libro que reune sus escasas conferencias (fueron escasas porque sufría de «pánico escénico» al darlas), confiesa haberse preguntado alguna vez «si la Tierra no sería como el infierno de otros planetas...», como si quienes habitamos «esta tierra mía, esta tierra nuestra» no fuéramos más que «la otra vida» de los condenados en otros astros del esplendente universo. Y en otra parte de la misma obra, refiriéndose a una presunta nueva humanidad que tal vez sobreviniera desde otro planeta tras de un largo océano de milenios, sugiere García Márquez que quizás esos nuevos pobladores llegarían a tener conocimiento de que, en este planeta que fue nuestro, existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y dominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad».

Tengo que confesar que yo no albergo ni formulo tan mal augurio sobre el presente y el futuro de la naturaleza humana, por tanto como valoro y admiro, al mismo tiempo y pese a todo, las innegables conquistas del espíritu, fructificadas en innumerables muestras de nuestro progreso humano, científico, social y cultural. Me basta con el hecho fehaciente, reconocido por el propio García Márquez, de que «hemos conocido el amor»... ¿Quién pone en duda que lo hemos conocido?

La persona inteligente sabe que (a pesar de todos los ineludibles infortunios que lleva aparejada la experiencia de vivir) cualquier mal, cualquier adversidad, puede convertirse en una oportunidad para algo nuevo, tantas veces, mejor... Así es como lo insinúa la protagonista de la famosa película Tierras de Penumbra: «La felicidad de ahora es parte del dolor de entonces»... Y es porque la sabe persona inteligente (que no dudo de reconocerla en cada una y cada uno de quienes me estén leyendo) que la vida no esta hecha para satisfacer todas sus aspiraciones subjetivas, que el dolor y las adversidades advienen sin que podamos evitarlo, que los desastres están prediseñados en el inmenso cosmos en el que habitamos... Pero también sabe (o tiene que saber) que el sufrimiento, el torturante sufrimiento personal, es una elaboración mental, una negativa y obcecada rutina de la mente, provocada a consecuencia de aconteceres tristes, adversos y dolorosos. Nada de lo que nos sucede, por más desgarrador y doloroso que inevitablemente sea, merece la persistencia en el sufrimiento; porque todo es una oportunidad para hacernos mejores, mas altos en estatura moral, mas felices incluso. Y sobre todo mas abiertos a las nuevas oportunidades que se nos ofrecen para seguir viviendo y creciendo en la vida, con alegría renovada, y también con ilusiones y esperanzas.

No nos dejemos llevar solamente por las sensaciones decepcionantes del comportamiento humano: las terribles ferocidades representadas y revividas diariamente en los telediarios: acciones terroristas, injusticias de todos los colores, violaciones, agresiones familiares, corrupciones..., en las que se constata que sigue activo, vivo y feroz, el animal salvaje que ruge dentro de nosotros, dispuesto a saltar, a atacar a destrozar, con una crueldad insospechada... Porque también es verdad que «hemos conocido el amor», y lo experimentamos en tantos momentos de nuestra vida: el verdadero amor, el heróico y dulce amor que nos recompensa, que nos alimenta y hasta nos acaricia cada día...

* De la Real Academia de Córdoba