Decía Cicerón: «Instruirse; instruirse siempre. Este es el verdadero alimento del alma»

Si tomamos como referencia el valor intrínseco de lo dicho por Cicerón, hace más de dos mil años, hemos de convenir que la sociedad española actual está con una serie de carencias «alimenticias» en el alma que nos está exponiendo, por inanición, a un óbito instructivo de insospechadas dimensiones que ponen en peligro el desarrollo futuro de los españoles.

Aunque los lectores me consideren temerario por intentar juzgar el desarrollo de la educación y la instrucción durante los últimos treinta años, me llena de asombro y consternación el comprobar que los recursos que se invierten o se gastan en educación (que nunca serán suficientes) no consiguen las actitudes y aptitudes necesarias para que sepan transmitir a la sociedad las enseñanzas y las doctrinas impartidas y las instrucciones emanadas de la acción docente y que no se consideren, fehacientemente, como disciplinas directrices en pos de un objetivo común solidario: trazar el desarrollo de la educación y de la instrucción para que ambas, suficientemente elaboradas, respondan a las innumerables cuestiones que se plantean en un mundo globalizado y cuya solución, actualmente, es abandonada al empirismo o a la tradición sin explorar nuevas y virtuosas vías de conocimiento colectivo más positivo y racional.

¿Cómo se entiende que en el ámbito de la pedagogía, la educación y la formación y donde el futuro de sucesivas generaciones está en juego, los resultados básicos continúen siendo tan exiguos como demuestran algunos indicadores valorativos? Es posible que lo esencial radique en que la formación de los «maestros» de primaria no guarda relación con la universidad ni con la investigación universitaria, y, si actualmente existe alguna conexión con ella, esta se circunscribe, solo y exclusivamente, a las materias a enseñar con una preparación pedagógica muy limitada, con lo cual los maestros futuros no dejan de ser ignorantes de sus propias posibilidades en otras materias complementarias.

Este razonamiento me conduce a la reflexión de que las diferentes leyes educativas españolas, desde 1980 hasta hoy, promulgadas tanto por gobiernos del PP como del PSOE, han tenido como objetivo pedagógico la conformación de la escuela desde una óptica conservadora, pensando muchísimo más en la matriz de los conocimientos tradicionales que en la formación de inteligencias con espíritu crítico y juicioso; intelectos agudos y sagaces que aseguren a las próximas generaciones un futuro preñado de positivas oportunidades. Por tanto, es a la sociedad a quien corresponde fijar, de forma espontánea, según las exigencias de las costumbres, del lenguaje y de la integración en la familia educativa, una parte fundamental de la educación y, con este sedimento instructivo, ensamblar al educando en el contexto docente, dentro de la complejidad que supone el cumplimiento con las exigencias preceptivas determinantes en el crecimiento de la inteligencia que se afirma con sus propiedades de universalidad y autonomía, factores garantes de la autorrealización y acrecentamiento personal en la interrelación con el medio social.

Yo creo que la educación y la instrucción son sinónimos de consecución a través del conocimiento, de una personalidad más plena y más libre; con más capacidad para el ejercicio de la libertad como máximo atributo de la dignidad humana, como alimento del alma a la que jamás podremos conseguir engañar...

Dice un proverbio chino: «Si haces planes para un año, siembra arroz. Si los haces para dos lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa a las personas». Dejémonos de sembrar tanto arroz, que no es alimento para el alma...

* Gerente de empresa