A las personas se las conoce por su forma de ser, de expresar sus sentimientos y cercanía con los demás, como diríamos ahora, por su empatía, aunque en el caso de Alfredo Pérez Rubalcaba yo me atrevería a decir más, ya no por haber sido un personaje de relevancia en la vida pública de España, sino por su extraordinaria humanidad. Era algo que llevaba dibujado en la cara, el cariño a los demás, se deshacía en halagos con todo el mundo. Recuerdo en los años 1976, 77, 78, en plena transición política, yo veraneaba en Hoz de Anero, muy cerca de Solares, su pueblo de nacimiento, donde tuve ocasión de conocerle y estar con él en más de una ocasión. Tenía un cariño especial por su familia y la tierra que le vio nacer.

Digamos que su faceta humana no tiene desperdicio. Pero no te digo nada si hablamos de su carisma político, cuya carta de presentación no tiene parangón. Ha bregado en todos los escenarios posibles, en una época en la que España se estaba gestando políticamente ha sido un actor imprescindible, uno de los padres indiscutibles de la democracia en nuestra querida España.

En su etapa de ministro de Interior con Rodríguez Zapatero se le conoce como el político más hábil para negociar con ETA. Supo meterse en los entresijos de la banda terrorista y fue capaz de cerrar el último capítulo de una historia que se hacía interminable. Reinventarse en un problema tan peliagudo y doloroso donde hizo frases célebres como «lLa democracia gano y ETA perdió». De ahí que tengamos que reconocerle el testamento humano y político más importante de la historia reciente de España. Ya que con su mandato ETA ceso definitivamente el 20 de octubre de 2011.