La apretada victoria socialdemócrata en las elecciones legislativas de Finlandia apenas desmiente el hecho cierto de que la extrema derecha se ha consolidado como alternativa de Gobierno al quedar solo un escaño por detrás del partido ganador: 40 a 39. Ese dato, unido a la extraordinaria fragmentación del abanico parlamentario, confirma que la irrupción del populismo ultra ha descoyuntado el reparto de papeles entre los partidos tradicionales. Algo que, salvo un compromiso explícito de estos para levantar un cordón sanitario en torno al universo ultra, entraña el riesgo de que más temprano que tarde la extrema derecha se haga con el Gobierno de uno o varios socios de la Unión Europea. La felicitación inmediata de Marine Le Pen y Matteo Salvini a Jussi Halla-aho, líder de Verdaderos Finlandeses, no deja lugar a dudas en cuanto a la posible interpretación del resultado: la extrema derecha francesa e italiana se siente reforzada a mes y medio de las elecciones al Parlamento Europeo. Y es consciente de que, a medio plazo, la división de la derecha, la desorientación de la socialdemocracia y la debilidad de diferentes formas de nueva izquierda complican la configuración de un frente democrático sólido que garantice el aislamiento de la oferta ultra. Un paisaje en el que debe incluirse el efecto pernicioso del brexit y el desafio planteado por el nacionalismo en Hungría y Polonia. El frente contrario a los principios que configuran la UE se hace fuerte, y podría terminar ocupando posiciones significativas en la Eurocámara.