Ya lo empezamos a entender. Los móviles son dispositivos diseñados para encandilar nuestros sentidos y distraernos continuamente. Sonidos, notificaciones e iconos de colores dispuestos a poner a prueba nuestra atención. Como reacción a esta «crisis digital de atención», Tristan Harris salió de Google para impulsar el movimiento Time Well Spent (tiempo bien empleado, en inglés), una oenegé que pretende concienciar sobre la necesidad de reconquistar nuestras vidas recuperando la soberanía sobre nuestro tiempo y atención. Son los precursores del screen time: una especie de resumen semanal que registra cuántas horas tienes la pantalla activa y en qué aplicaciones. Ahora lo llevan de serie tanto Android como IOS. Es muy recomendable ponerte frente al espejo y darte cuenta de tus hábitos --y más divertido aún jugar a adivinarlo primero y contrastar con la app después--.

Muchas familias lo empezaron a usar para limitar a sus menores, en línea con la extendida preocupación por la «adicción a las pantallas». Patologías aparte, ¿estaremos llamando adicción a la ausencia de educación? Por un lado, no está demostrado científicamente que sean nocivas per se para el desarrollo de un cerebro en crecimiento. Por otro, podemos afirmar que retan constantemente el autocontrol a cualquier edad. La pregunta fundamental es cómo educar en algo que ni siquiera la adultez ha resuelto.

Ante problemas complejos proliferan recetas simples. La Asociación de Pediatría recomendó la regla del 2x2: nada de pantallas hasta los 2 años y solo 2 horas al día hasta que alcanzan la mayoría de edad. Afortunadamente, ya lo han retirado.

La obsesión por cuantificar las horas que estamos conectados está desplazando las preguntas fundamentales sobre el cómo y el para qué. Puedes dejarle la pantalla dos horas al día o por fracciones de 15 minutos, pero lo importante es cómo se relacionan con eso, qué actividad hace y si es adecuada para su edad. Puede estar interactuando con amigos, mirar un capítulo de su serie favorita o jugar a construir civilizaciones con una comunidad on line. Igual que tú. Si hiciéramos una lista de todos los usos que le damos a la pantalla en un día, quizá la conclusión sería cambiar pantalla por central de actividades.

Entiendo que la crianza hoy es sumamente compleja: además de lidiar con todo lo que acarrea la existencia física, hay que sumarle la dimensión digital. Y esto segundo, imposible de desligar de lo primero, es fundamental. Aprender buenos hábitos digitales es un derecho para los hijos y un deber para los padres. En un ideal de crianza conectada los mayores acompañan a sus peques, les introducen y les muestran cómo hacer un uso responsable y constructivo de estas. Se sientan por ejemplo a jugar al videojuego con su adolescente, o le preguntan por sus influencers y qué le gusta de ellos. También se interesan por las apps que usan y con quién. Pero no todos los hogares están en la misma condición para ser idílicos. La falta de tiempo, de conciencia, de referentes, evidencia las barreras.

Miremos a los hijos de Silicon Valley: viven en casas donde hay mucha consciencia y llevan a sus hijos a escuelas donde reina lo analógico. Quizá esos padres no tengan tiempo ni referentes, pero sí el dinero y la inquietud de encontrar los mejores ejemplos para cultivar las mentes de su descendencia.

Al otro extremo de este hogar, podemos tener familias de esa misma zona pero que descienden de los que extraían el silicio, antes que el valle fuera el ombligo tecnológico del mundo. En estos hogares confían en que la «pantalla» hace de canguro, como en su día la tele o la radio.

La brecha digital es también una brecha de clase. Los hijos de los desarrolladores hacen deporte o aprenden a meditar mientras los otros tienen vía libre para quedarse frente al dispositivo, esperando que vuelvan madres y padres de trabajar para que las otras madres y padres puedan seguir desarrollando cacharros adictivos.

Entre los dos extremos hay una variedad de grises, pero es urgente que nos pongamos con la educación digital. Empieza por hacernos las preguntas adecuadas en casa y la escuela, pero también por reclamar el debate social. De lo contrario, el mundo seguirá dividido entre conscientes y alienados digitales. Hay que implicar a la industria y a las administraciones. Con Jordi Jubany empezamos por lanzar un manifiesto, porque estamos convencidos que urge forjar una nueva cultura digital para la tribu.

* Doctora en Sociología, especializada en transformación digital. Esade