El salón de belleza está lleno de marineros, la Feria del Libro está en la ciudad (hasta el 7 de abril). Yo no debo ir a la feria del libro como un ludópata no debe ir a un casino o lanzar el reloj de su abuelo al centro de una timba clandestina. Pero allí estábamos, como vikingos sanguinarios, la cabeza llena de niebla de Lindisfarne y la Cabalgata de las valquirias. Era obvio que íbamos a saquear esas sagradas reliquias. Mentalmente, claro. La mejor épica pasa en tu cabeza.

En la feria puede jugarse a reconocer lectores. El bestiario personal de cada librero debe permitirle identificar la religión libresca por la forma de hojear, como huellas en la nieve. Vernos de lejos, melena al viento, e ir preparando alguno de Malaz, o concluir que en tu panteón solo hay rusos que llevan muertos cien años. Y Nabokov.

Fluía una corriente de lectores muy curtidos desde los últimos puestos de la feria. Les habían dado los libros envueltos en papel de estraza y tenían la sonrisa típica del placer culpable, del que está pillando de contrabando algo glorioso y un poco inmoral que piensa consumir de modo inmediato. «Algo pasa». Y pasaba que en el puesto de Bandaàparte estaban poniendo en circulación el negrísimo oro de Dirty Works, una editorial que se ha echado a la espalda traducirnos a escritores del Sur de los Estados Unidos brutales y sorprendentemente ignorados en nuestras letras. Si cada libro te acelera y te da un nuevo poder, estos te hacen crecer escamas de cocodrilo, de dragón de pantano, intimidantes como el uranio.

Aprovechen y lean algo de Harry Crews. Crews era en público un tipo lleno de tatuajes impíos, heroinómano, con media cabeza rapada y fuertemente alcoholizado. En privado, tenía un sótano en el que escribía con desesperación, lúcidamente sobrio, con varios archivadores llenos de sus manuscritos, en conversación constante con ellos. Se sabía la obra de Shakespeare de memoria y llegó a una conclusión típica de un cerebro de primera enfrentado a una vida, una salud, unos vicios, un infierno personal de tercera o cuarta: sobrevivir es triunfo suficiente. Daba la clave para entender a un drogadicto, señalándose una bisagra tatuada en la sangradura, que marcaba los puntos en los que inyectarse: en cuanto te entra la droga, sales del infierno y ves a dios.

Una parte importante de la inteligencia es poder sostener una idea en la cabeza, para admirarla y sopesarla, sin convencerse por ella. No tiene que gustarnos un artista para asimilar su obra, ni pedir la prohibición puritana de algo por el mero hecho de nuestro desacuerdo. Leer duplica la vida. Leer es ser arrogante ante la mortalidad. Otro tatuaje de Crews, verso de Cummings: how do you like your blue-eyed boy Mister Death. ¿Le está gustando su chico de ojos azules, señor Muerte?

En la feria venden placeres para todos (este es el circo al que llevar a los niños) y chupitos de bourbon Bulleit por el precio de un libro. Ojalá estén buscando ya sus llaves para salir..

* Abogado