Era «arrogante y morena; su pelo como la pena que desgarra las entrañas, y llevaba las pestañas de la propia Macarena». Si alguna vez han escuchado las coplas de Pepe Marchena seguro que les suena. De todos los manidos tópicos que se utilizan de modo coloquial para retratar nuestra idiosincrasia cordobesa considero destacable uno, no tan popular como los más habituales pero que, por la parte que le toca, conviene recordar para contribuir a desmontar la mala interpretación que se le hace a su figura. No, no se trata de la seriedad, estoicismo e indolencia tabernaria del «séneca», ni de la retranca del «cordobés que pregunta lo que ve». Me refiero al cliché local más injustamente dibujado, la cordosiesa. Un personaje que coinciden en definir como inaccesible las quejumbrosas declaraciones de un buen número de «moscones» despechados. Según dicen tras su rabieta, parece tratarse de jóvenes vecinas de Córdoba que, con la mayor naturalidad, son capaces de aunar de forma ecléctica altas cotas de belleza y... ¡arrogancia! Afirman estos abatidos pagafantas, que las cordosiesas, contrario a lo que se espera dado su buen palmito (no se qué tendrá que ver), muestran extrañas actitudes tales como mirar desafiantes y no ruborizarse ante los requiebros, mantener de entrada una formal y prudente distancia haciéndoles incómodo el primer encuentro, no reír todas las gracias o, si lo ven oportuno, mandarles a paseo apenas les han conocido. Total, unas «siesas».

Todo un chasco para los aprendices de galán llegados a esta ciudad con la ilusa ensoñación de verse triunfantemente acompañados por una ninfa «juliorromeresca» rendida a su conquista y así obtener un sonado éxito en redes sociales ampliamente reportado. Ahí lo llevan. Ironías aparte, aplaudo a mis paisanas y espero que no cambien en ese sentido. A los mequetrefes que en ocasiones lo divulgan en las redes les diría que más les vale crecer y madurar antes de hacer comentario alguno. Pero no deja de ser preocupante que por el hecho de que una mujer exhiba su dignidad mirando a la cara, de forma igualitaria, y sin prestarse a representar un rol cosificado de complaciente muñeca conquistable en el juego del flirteo, aún hoy le haga merecedora de ser tachada de «siesa» y hasta se le asigne un vocablo específico como curiosidad local. Queda claro que la acepción es fruto de un vano intento por camuflar la frustración de estos calabaceados pretendientes por lo que, en casos como este, la procedencia y motivo del insulto lo convierten en halago pero, a estas alturas ¿qué esperaban de ellas? Ese es el problema. Tal vez mereciera la pena pensar sobre ello y más ahora que en cuestiones de igualdad soplan positivos vientos de cambio. Aunque para qué, no lo merece, mejor quitarle importancia al asunto y quedarnos en tomar el calificativo en clave del reconocimiento que se le hace a esta tierra como referencia de mujeres libres, dignas y con personalidad.

Viéndolo así, la cosa debe venir de largo. No me extraña que en su día encajasen en ese perfil a aquella princesa omeya llamada Wallada bint al-Mustakfi cuando hace ya mil años fue capaz de negarse a que le concertaran matrimonio alguno para poder realizarse en su vocación a las letras, o a aquellas mujeres que con valentía consiguieron ser las primeras policías locales de la nación por encima de las barreras patriarcales imperantes en los años sesenta, al igual que a esa otra que con igual determinación fue también la primera mujer de España que en 1979 se atrevió a opositar para echarse al hombro una cartera de Correos en una profesión tradicionalmente masculina, o a esas jóvenes cofrades que conformaron la primera cuadrilla de costaleras que se ha conocido para sacar en procesión el paso de María Santísima de la Encarnación perteneciente a la cofradía del Cerro en la Semana Santa de 1986, y así a otras muchas presentes en nuestra memoria que para defender su derecho a una realización personal, y abrir las puertas a las que viniesen detrás, se atrevieron a transgredir las limitaciones de género comunes en su tiempo.

No creo que la equivocadamente llamada cordosiesa sea en ningún caso arrogante ni inaccesible, basta con estar a la altura del respeto y consideración que cualquier persona merece. Tampoco debería ser chocante en estos tiempos, sino apreciable, esta actitud de mujer capaz de hacerse valer sin renunciar a su feminidad. Y por si aún hay alguien que no lo entienda, la igualdad es absolutamente compatible con el hecho de que cuando a ella le de la gana... «Es artista y cordobesa, con andares de gitana; mira como una sultana y habla como una princesa», pero no se confundan.

* Antropólogo