Se alzó el telón de la cuaresma, el pasado miércoles de ceniza, tiempo que la liturgia de la Iglesia dedica a la preparación para el acontecimiento central del año cristiano: el recuerdo de la muerte de Jesús y el acontecimiento de su resurrección. Y en este primer domingo de cuaresma se proclama el evangelio de las tentaciones. Jesús fue semejante a nosotros en la tentación. Lucas nos presenta tres tentaciones de Jesús, con claras referencias a las tentaciones del pueblo judío en los episodios del maná y del becerro de oro. Las respuestas que da Jesús están tomadas del Deuteronomio y pertenecen a esa peregrinación por el desierto. Podemos decir que estas tres tentaciones son como una síntesis de tres grandes tentaciones de la humanidad: la de creer que los bienes materiales pueden llenar el corazón del hombre, «tener» en lugar de «ser»; la tentación del poder sobre los reinos de la tierra, el «poder» sobre el «servir»; y la tentación de la espectacular caída desde el alero del templo, el éxito fácil y cómodo sobre el esfuerzo monótono y deslucido del día a día. Podríamos decir que estas «tres tentaciones» ejemplifican la tentación de Jesús en su actividad predicadora: en el fondo es la tentación a un mesianismo como el que esperaban de él sus contemporáneos. La tentación de usar su condición de Hijo de Dios de forma prepotente y beneficio propio; la tentación de romper con Dios, con la misión recibida de Dios. No es irrelevante la frase final del evangelio de hoy: «el demonio se marchó hasta otra ocasión». Serán las tentaciones de Jesús en el final de su vida: las tentaciones contra la fe y la esperanza, que culminarán en Getsemní y, sobre todo, en el «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y a las que Jesús tambien vencerá entregando su vida filialmente en las manos del Padre. Tambien hoy, en pleno siglo XXI, la humanidad sufre esas tres «tentaciones», como llamadas y como respuestas a las «tensiones» de nuestra sociedad. Tambien hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo todo y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo. En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo, que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo. Jesús no buscará nunca ser servido sino servir. En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar. Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Se dedicará a hacer signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente. Late en el fondo de todas las «tentaciones», la propuesta de una vida mejor, de una felicidad al alcance de la mano. El tentador nos presentará, con arte y maña, paisajes, situaciones, promesas, caminos para triunfar. Jesús nos enseña a descubrir !a «falsedad de las tentaciones». Y ahí reside el secreto para vencerlas. No «creer ni aceptar la mentira».

* Sacerdote y periodista