Qué buena idea ha tenido Ana Verdú, eficiente directora del Archivo Municipal, al celebrar las bodas de oro del traslado a la Casa de los Guz-manes con la exposición callejera Córdoba, 100 fotografías para la historia, comisariada por el activo fotoperiodista e investigador Antonio Jesús González. Da gusto ver cómo a todas horas gentes de todas las edades se detienen curiosos ante los paneles fotográficos colocados en las Tendillas y la calle Capitulares para sumergirse en aquella Córdoba que fueron captando los cronistas gráficos a lo largo de siglo y medio, que hoy nos permiten visualizar cómo hemos cambiado, cómo hemos progresado, pese a los sempiternos lamentos inconformistas. Mirarse en el espejo de esas fotografías es como sumergirse en la Córdoba que fue para identificarse con algunas de las raíces que sustentan la Córdoba de hoy.

Aunque falten algunas fotos históricas, no se puede decir más sobre Córdoba en el centenar de imágenes rescatadas ahora del olvido y mostradas en la mejor sala de exposiciones de la ciudad, que es la calle, de entrada libre y permanente. Muchas son como crónicas condensadas de un instante que ofrecen mucha lectura en sus detalles y, por tanto, dignas de comentario. Yo me quedo con una: la que se despliega en la fachada del Instituto Góngora, que muestra la naciente plaza de las Tendillas en 1926, cuando era un proyecto a medio ejecutar; una explanada pueblerina y terriza sin edificios en medio de la cual aparece ya la estatua ecuestre del Gran Capitán sobre el pedestal, náufrago en un mar de indiferencia y soledad, lo cual tiene su explicación. A ver si soy capaz de resumirla.

La actual plaza de Las Tendillas fue una de las ideas modernizadoras que el alcalde José Cruz Conde -al que ahora se va a despojar de la calle que abrió- emprendió en su breve mandato con arreglo al proyecto del arquitecto municipal Félix Hernández, que puso al día otros planes dormidos en los cajones de la inoperancia, como el que había redactado su colega Patricio de Bolomburu en 1895, frustrado por razones económicas. El proyecto de don Félix comprendía la expropiación y demolición, total o parcial, de veinticuatro fincas, situadas en la manzana delimitada por las calles de la Plata, Diego León y Mármol de Bañuelos, lo que permitió a la nueva plaza sumar 5.817 metros cuadrados, algo mayor que la Corredera, que alcanza 5.525, cómo iba a ser menos. Con anterioridad, en marzo 1924, se había derribado el Hotel Suizo de los hermanos Puzzini tras adquirirlo el Ayuntamiento por 560.000 pesetas de entonces. A los cordobeses les disgustó aquel derribo y la prensa reflejó el descontento. La pluma del fértil cronista Ricardo de Montis lloraba en el Diario de Córdoba que el edificio cayese «al rudo golpe de la piqueta, cuya obra, aunque el progreso la inspire, no deja de ser lamentable». Y es que la modernización siempre conlleva precios que pagar, a ver.

Volviendo a la foto, es triste ver la estatua del Gran Capitán naufragando en medio de aquel descampado, a la espera de una ubicación digna, que se materializaría a principios de 1927, cuando por fin Don Gonzalo conquistó Las Tendillas, su batalla más penosa, pues tuvo un largo desarrollo que paso a resumir. En 1915 se cumplía el cuarto centenario de la muerte en Loja de Gonzalo Fernández de Córdoba. Seis años antes de la efemérides el capitán de Infantería Antonio García Pérez lanzó la idea de erigir un monumento en su honor, propuesta que enseguida sumó numerosas adhesiones, entre ellas la del afamado escultor Mateo Inurria, que se ofreció a esculpirlo. El Ayuntamiento abrió una suscripción pública a nivel nacional para costear el monumento, presupuestado en 200.000 pesetas de la época. Pero la inestabilidad política de aquellos años, los efímeros alcaldes, la incomparecencia de la nobleza y la cicatería de los contribuyentes hicieron naufragar la suscripción, hasta el punto que Inurria hubo de reducir el presupuesto a la mitad, a costa de suprimir las esculturas de la Fortaleza y la Prudencia. Pero ni por esas; hasta el punto que el 2 de diciembre de 1915, en que se cumplía el cuarto centenario del óbito, el Ayuntamiento se limitó a inaugurar ¡el pedestal! de la estatua, una burla a la memoria de Don Gonzalo.

La suscripción se mantuvo abierta varios años con la misma tónica, hasta que por fin, a mediados de 1923, un alcalde decidido, Patricio López, logró que el Ayuntamiento aportase la cantidad necesaria para completar el presupuesto y los gastos. En catorce años de suscripción se habían reunido 65.000 pesetas, que se completaron con las 56.000 que aportaría el municipio. Y a partir de ahí todo se aceleró, hasta el punto que el 15 de noviembre de 1923 se inauguró solemnemente la estatua en el cruce del Paseo del Gran Capital con la avenida de Colón, como entonces se llamaba la actual Ronda de los Tejares. Pero..., ay, esta Córdoba; el monumento que tanto tiempo y trabajo costó levantar se convirtió en un estorbo dos años más tarde, cuando José Cruz Conde emprendió la transformación del paseo en moderna avenida. Y su traslado prematuro a las nacientes Tendillas enlaza con la foto maravillosa que se exhibe ahora en la fachada del Góngora, y que explica el destierro del montillano en medio de la nada.

* Periodista