Son las tres de la madrugada; esa hora de mi insomnio en que creo que nunca volverá a amanecer la vida. El silencio es tan hondo que hasta me atormenta el ruido de los pensamientos. Me levanto porque no puedo sostener ni un instante más la oscuridad, el silencio y la soledad de sentirme en un ensayo de mi muerte. Es esa hora en la que se ha ido la realidad del día y vive la otra realidad de miedos y tristezas. Miro si tengo algún correo, si hay alguien al otro lado de la noche. Nadie. ¡Estoy perfectamente solo! Parece que todos habéis abandonado el planeta para siempre. ¿No queda nadie ya? Busco en las noticias de internet. Los dueños de este mundo. Políticos, actrices, millonarios. ¡Y la pesadilla de otras elecciones! ¡Y la nueva farsa que montarán con nuestros votos! Veo rostros crispados, dedos admonitorios, movimientos congelados en su rictus de poder. ¡Esos labios de desprecio! ¿Qué dirían en ese instante y qué pensarían en realidad? A esta hora, no me alcanza su teatro de engañarme. La madrugada nos iguala en la pobreza. Os imagino en la soledad oscura de esta y otra y otra noche. ¿Dormís sin la conciencia? ¿Os atormenta algún recuerdo, la angustia de perder el poder, de ser descubierta vuestra trampa? ¿Lloráis una infancia, un tiempo y un amor? Por más altos que os veo, por más asesores de gestos y palabras, sé que en la oscuridad también os acosan los miedos y la nada. ¿O vivís en ese limbo del poder que ahora ostentáis, dormidos en que durará para siempre; que a vosotros, protegidos con vuestra prepotencia, no os llegará el último instante, y, como a todos, no quedará nada? Presidentes, actrices, bufones, famosillos... Y os pegáis a esa mano que se acostumbró a que con solo levantarse conseguirá todo lo que sueña, a aparentar ese destello de que nunca enfermáis, ni vais al retrete, ni lloráis un tiempo sacrificado a ese poder y su mentira. Viéndoos así parecería que el desamor no os atrapará nunca con su garra interminable de agonía y os sacará de cuajo el corazón con su incansable pico; que nunca seréis abandonados. Y os soñáis los amos de este mundo en ese leve instante en que os veis diosecillos de la vida. Sí; la mente es tan traicionera que siempre engaña con que la muerte y el dolor les sucederán a otros. Nunca aprenderemos.

* Escritor