Han pasado muchos años, cuando los hombres y mujeres se citaban para el trabajo agrícola al amanecer y regresaban a su hogar al ponerse el sol.

Después vino la industrialización; tras el nacimiento de la máquina de vapor, la electricidad y el telégrafo en el siglo XIX, se impulsó el transporte de personas y mercancías y de las comunicaciones, dinamizando la producción y el comercio. Esto modificó el trabajo humano limitado al ciclo solar.

En estas circunstancias devino el concepto de velocidad que mide los cambios de posición de los objetos y de los procesos productivos en el tiempo (primera derivada). Con la aparición del motor de explosión, la automatización, el avance y cobertura de las redes de telecomunicaciones y los transportes marítimos y aéreos en el siglo XX, fue imponiéndose una economía de escala globalizada y el consecuente aumento de velocidad, aceleración, de los desplazamientos materiales y humanos y del comercio internacional; (segunda derivada). El incremento de las aplicaciones de la física atómica y de la digitalización, en el siglo actual, en todos los campos de nuestra vida material, económica, cultural y comunicativa, supone en la actualidad una aceleración de la aceleración, sobreaceleración, tirón le llaman; (tercera derivada de los cambios respecto al tiempo).

Las gran potencia de los superaceleradores de más de 30 millones de electrón voltio (MeV), que permitirá conocer partículas efímeras de alta velocidad, está conduciendo a una resonancia de la Física Cuántica con los avances de la Cibernética y los nuevos Sistemas de Telecomunicaciones. Con ello se conseguirán unas sinergias de alcances casi ilimitados en los campos de generación de energía, productivo, biomédicos, en las comunicaciones y en la computación digital.

Pero estos avances sin control de sus efectos, también están dando lugar a un gran deterioro del hábitat natural de donde el hombre obtiene los recursos para vivir, el aire, el agua y la tierra. La contaminación de estos tres recursos y sus derivados, junto al fenómeno del cambio climático ponen en peligro el futuro del ser humano como especie. La presidenta interina del Banco Mundial ha alertado recientemente de que un aumento de tres grados centígrados en la temperatura del planeta implicará una bajada de veinticinco por ciento del Producto Interior Bruto y la pérdida de muchos millones de puestos de trabajo. Tal como expusieron en el Informe al Club de Roma en 1997 sus tres redactores, Ernst Ulrich, L. Hunter y Amory B. Lovins: «Sin reducir al menos a la mitad el deterioro de la naturaleza, no se podrá restablecer el equilibrio ecológico ni asegurar a largo plazo los fundamentos para la supervivencia».

Este conflicto sitúa a la humanidad en una difícil encrucijada desconocida y de incierta predicción. En un informe para el debate de la Universidad de Comillas, se habla ya «del transhumanismo, que representaría una fase de la humanidad en tránsito hacia un posthumanismo en el cual el ser humano superará las barreras biológicas que lo conforman, y lo hará aprovechando el gran desarrollo de las denominadas NBIC, unas siglas que aglutinan la combinación e integración de la nanotecnología, las ciencias de la vida, las técnicas de la información y la comunicación, y las ciencias cognitivas. En las versiones más optimistas se llega a afirmar la consecución de la inmortalidad». Pero este cambio en el tiempo de la sobreaceleración (cuarta derivada) se le denomina matemáticamente hiperaceleración; con un posible comportamiento caótico. Esperemos todavía poder actuar.

* Ingeniero-Grado en Telecomunicaciones. Miembro de EQUO