Este tiempo es complejo. Pareciera que el diálogo, la gran baza de la convivencia humana, no fuera posible. Que las posiciones fueran tan irreconciliables que solo la victoria y la derrota pudieran resolver el conflicto. En fin, que deliberar no fuera la premisa y el camino sino muestra de traición y signo de debilidad.

Y cuando la dinámica de la cerrazón ideológica, presentada en ropajes identitarios colectivos más o menos coloridos y en repugnancia por lo distinto, se impone como única verdad posible, entonces solo cabe recordar que la socialización política democrática es un esfuerzo complicado y vidrioso, pero irrenunciable.

En su libro El valor de educar Fernando Savater nos recuerda que «el propio sistema democrático no es algo natural y espontáneo en los humanos, sino algo conquistado a lo largo de muchos esfuerzos revolucionarios en el terreno intelectual y en el terreno político: por tanto no puede darse por supuesto sino que ha de ser enseñado con la mayor persuasión didáctica compatible con el espíritu de autonomía crítica».

Y lo que vale para los más jóvenes nos vale para todos: si queremos seguir viviendo en una comunidad pacífica necesitamos fomentar la capacidad de crítica y de selección, tanto de ideas realmente construidas desde la razón imbuida de valores de libertad e igualdad como de procedimientos para poder compartirlas en lenguajes con códigos de interpretación comunes.

Igualmente, no podremos convivir pacíficamente si no nos convencemos que la existencia del pluralismo social, cultural y político no es una amenaza sino el gran valor de la sociedad como entidad colectiva formada por seres morales. Por ello no nos queda otra vía que reforzar el diálogo frente al monólogo, y así entender al que discrepa de tus ideas como un rival ideológico y no como un enemigo civil.

Diálogo siempre. Diálogo para estimular la participación en la gestión de lo público y para desarrollar la conciencia de la responsabilidad de cada cual. Diálogo para incidir en las causas del desencuentro y paliar, hasta donde se alcance, los efectos del conflicto.

Diálogo para afrontar el reto que supone la globalización y la virtualización, sobre todo en el ámbito de la educación. Diálogo para resolver la interconectividad de múltiples factores que actúan sobre la sociedad, muchas veces con impulsos que tensionan en direcciones opuestas. Diálogo para que la dignidad humana y los derechos que de ella emanan sean palabras que puedan tener cabida en el mismo párrafo que ciertas manifestaciones culturales colectivas identitarias. Diálogo entre lo natural y lo humano, entre ciencia y robótica, entre la intimidad y las redes sociales. Diálogo que desemboca inexorablemente en las cuestiones propias del ser humano como ser moral y del componente ético de la sociedad: el contenido de la felicidad y de la justicia, qué es la belleza, cómo afrontamos nuestra existencia pasajera, cómo hacemos compatible la igualdad con la libertad o cómo gestionamos las contradicciones éticas del capitalismo.

Diálogo para resolver el papel de la Unión Europea y no caer en la nostalgia ilustrada de Cioran cuando decía que al pasar revista a los méritos de Europa se enternecía con ella y se reprochaba hablar mal de ella; pero que si, por el contrario, enumeraba sus desfallecimientos, la rabia le estremecía...

Y sí, diálogo también para resolver la cohesión social y la vertebración territorial de España cuando pase el tsunami de las destructivas olas del nacionalismo identitario excluyente y los extremismos radicales y haya que construir un barco común con los restos del naufragio. Entonces, más allá de la coyuntura política del momento, de la voracidad de los partidos y de la marea mediática, solo cabrá evocar al diálogo como la única salida posible, o al menos la única no trágica. Y para que ese diálogo sea real, y no un mero brindis retórico se precisará la voluntad de renunciar a cualquier posición maximalista. Sin ella, sin el convencimiento de la palabra y si persistiera el imperio de la cerrazón, entonces los hitos del cisma volverían a visibilizarse paulatinamente. Y quien quisiera la fractura la conseguiría. O solo podría ser impedida a un precio de difícil determinación.

* Catedrático de Derecho Constitucional