Por qué no dejamos en paz al humor? Es una de las pocas cosas que todavía nos une. Andreu Buenafuente la clavó al cerrar una gala de los Goya que, a mi juicio, mostró algunas cualidades saludables que tenemos, de las que a veces nos olvidamos, pero que el cine y su gente pueden reflejar a la perfección. La primera -no pequeña- es la capacidad de reírse de uno mismo. Andreu y Silvia Abril dieron una hermosa lección, culminada con un destape que simboliza la alegría, el desenfado con que se puede combatir, por ejemplo, la estúpida dictadura de los cuerpos Danone. Su sobrio papel no impidió papirotazos a diestro y siniestro, con sobresaliente para la pulla a Pedro Sánchez por escaquearse de Sevilla o la atrevida alusión a Pablo Echenique, cuya vida --según esa bendita pareja de locos-- «es un travelling». Creo que su estilo acabó contagiando al personal porque en los discursos de los premiados --inolvidable el parlamento de Jesús Vidal-- aparecieron fogonazos reivindicativos (¡cómo no va a haberlos con la que está cayendo!) pero lejos del tono mitinero y solemne. Nadie mencionó a Vox, pero las palabras de Antonio de la Torre presumiendo del gen acogedor de su tierra andaluza o la soflama de Arantxa Echevarría poniendo a su Carmen y a su Lola como iconos de lo que los más cerriles deberían respetar, no dejaron lugar a dudas.

Fue una noche, además, en la que compitieron la España más luminosa de Campeones con la más turbia de El reino; donde no chirrió la convivencia entre dos joyas tenebrosas como Cold War y Roma, con alusiones a Chiquito de la Calzada y Groucho Marx. Y en la que el poder femenino --y feminista-- no fue un detalle de atrezo sino la confirmación de que, a pesar de las zancadillas, avanza con paso firme con turbopropulsión.

Confieso que soy muy cinéfilo y muy fan --y gran amigo-- de Silvia y Andreu, pero no creo que esté escribiendo esto cegado por la pasión, sino satisfecho -y orgulloso- de la galería de talento que asomó la patita durante la gala.

La víspera de los Goya abrí La Ventana desde Sevilla y recordé las dos caras del pintor que, curiosamente, da nombre a unos premios de cine. Existe el Goya del Duelo a garrotazos, al que tantas veces nos agarramos para describir nuestro drama nacional: la querencia de arreglar los problemas a hostia limpia. Pero Goya también pintó Baile a la orilla del Manzanares, que es la viva estampa de la alegría. Ya lo cantó Rosalía -¡qué buena y qué lista es!- junto al Cor Jove de l’Orfeó Catalá: «Si me das a elegir, me quedo contigo». Pues eso: yo siempre me quedo con el baile. Paso de garrote.

* Periodista