Andalucia emprende una nueva andadura política de carácter histórico, por lo que comporta la salida del Partido Socialista del poder, de su control hegemónico en los últimos 37 años. El cambio lo van a protagonizar Partido Popular y Ciudadanos con un gobierno de coalición en el que los retos no irán exentos de dificultades, en el que las ilusiones no irán exentas de trabas e imposturas. No obstante, hay que hacer posible que esta sociedad encuentre ahora un orden que margine a los extremismos, una libertad que no ofrezca coartada a la izquierda o derecha más radicales, una nueva oportunidad para la concordia, la normalidad y la mesura en la gestión. La izquierda de nuestro tiempo es moralmente genuina entre sus creyentes y activistas de base, pero por lo general es moralmente hipócrita en su vértice. Si el poder corrompe un poco a todos, corrompe más que a los demás a la izquierda en el poder y de ello hemos sido víctimas y testigos directos en Andalucia. Tenemos que servir a nuestros hijos y a las generaciones venideras despejando el futuro de incertidumbres e incógnitas. Hay que crear una forma de gobierno estable, con el único procedimiento posible; que sean las mayorías las que ejerzan el poder, con respeto eficaz a las minorías.

Las reformas necesarias han de ser coherentes y legitimadas por la voluntad del pueblo. Democráticas y pluralistas en lo político; flexibles, ágiles, y eficaces en lo administrativo; pactadas y responsables en lo social; y por supuesto occidentalistas y europeistas como compromiso con nuestra historia y posición en el mundo.

El pueblo andaluz pide que se cambien las cañerías del agua, teniendo que dar agua todos los días; pide que se cambien los conductos de la luz y el tendido eléctrico, dando luz todos los días. Los andaluces piden que se cambie el techo, las paredes y las ventanas del edificio, pero sin que el viento, la nieve o el frío perjudiquen a los habitantes de este edificio; pero también piden que ni siquiera el polvo que levantan las obras del edificio nos manchen, y piden además, en buena parte, que las inquietudes que causan la construcción no produzcan tensiones. Y por otra parte no sirven los apuntalamientos. Sirve la arquitectura de nuevas técnicas; sirve solo --y esa es la llamada de la autenticidad del cambio-- la estructura que dé cabida, y cabida ancha a todos los miembros de la comunidad. El liberalismo politico --en el que me sitúo ideológicamente-- concibe esa diversidad de doctrinas razonables como el resultado inevitable a largo plazo de las facultades de la razón humana desarrolladas en el marco de las instituciones. Bien está, por consiguiente, que cada uno alimente y manifieste sus aspiraciones, pero que no pierda de vista lo que ocurre con la creación de las demás con el resultado conjunto del proceso. Pero el riesgo más grande que la emotividad incontrolada puede generar es confundir el proceso con una carrera en la que consideremos que el más veloz es por ello el mismo ganador. El dialogo es, sin duda, el instrumento valido para todo acuerdo, pero hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se puede pedir lo que no se puede entregar, porque en esa entrega se juega la propia existencia de los interlocutores.

El dilema es muy claro: o construimos una Andalucia en la que todos los ciudadanos se sientan incorporados en un quehacer común que todos aceptan, o edificaremos un concepto de Andalucia que tienen solo unos cuantos, y entonces no es Andalucia. Nuestra historia reciente nos demuestra demasiados ejemplos de como se puede convertir la idea de Andalucia en un mito que sirve a los intereses de una parte. En definitiva, Andalucia es de todos o no es Andalucia.

* Empresario, militante de Cs