En estos tiempos de un brexit que no se sabe cómo ni cuándo va a acabar, es fácil dudar de la vitalidad del proyecto de la Unión Europea. Y además esta parece padecer de un defecto muy español: la falta de autoestima. Los europeos tendemos a deleitarnos en sus debilidades y a no reconocer sus éxitos. Pero en realidad, el proyecto ha demostrado una extraordinaria resistencia y se encuentra menos mal de lo que se dice.

Cierto que es que persiste la división entre países acreedores y deudores, y que la arquitectura de la eurozona está incompleta, y no nos hemos dotado aún de un seguro europeo de depósitos ni de un presupuesto de carácter anticíclico, para que la próxima crisis no nos pille desprevenidos. Hemos tenido varios años de fuerte crecimiento económico en la eurozona, aunque a finales del año pasado la producción industrial de las tres grandes economías del euro (Alemania, Francia e Italia) disminuyó y el PIB de Alemania e Italia se redujo en el tercer trimestre del 2018 en el 0,2% y 0,1%, respectivamente. Es consecuencia de la ralentización general de la economía mundial, pero también de problemas propios.

El año se acabó en Francia con la revuelta de los chalecos amarillos, lo que muestra que la crisis ha dejado profundas huellas en el cuerpo social. Aunque en la UE, con un PIB de 15 billones de euros, se hayan creado 14 millones de empleos desde el 2013, no basta para reducir la herida social creada por la crisis, porque ha crecido enormemente la precariedad laboral y la desigualdad.

Esta brecha social, junto a la falta de una respuesta europea a la cuestión migratoria, que ha provocado una división este-oeste, ha alentado la proliferación por toda la UE de partidos nacionalpopulistas (y ahora también en España).

Por otra parte, Europa, con su demografía menguante, sigue sin ser un actor global en un mundo donde países como Estados Unidos, Rusia y China se comportan asertivamente en defensa de sus intereses, en perjuicio de un sistema multilateral basado en la cooperación.

Pero en materia social no todo en la UE son asignaturas pendientes. Tras años de estancamiento de los salarios, en el 2019 la renta de las familias crecerá el 1,9%, la tasa más alta desde el 2006, en un contexto de inflación reducida y con una tasa de paro del 7,9%, que es la más baja desde el 2008. Se ha adoptado la directiva de los trabajadores desplazados, en la que se reconoce que los empleados que se encuentren temporalmente en otro país de la UE deben beneficiarse de las mismas condiciones y cobrar el mismo sueldo que los trabajadores locales con el mismo empleo para evitar una desleal competencia social.

A la vez, el frente nacionalpopulista ha registrado derrotas y retrocesos. Italia ha tenido que corregir su presupuesto a instancias de Bruselas, frente a una propuesta inicial en la que se disparaba el gasto sin un aumento creíble de los ingresos. Polonia ha dado marcha atrás parcial en su reforma del sistema judicial por las medidas emprendidas por la Comisión. En Hungría, la política de inmigración cero de Viktor Orbán ha obligado a aumentar las horas extras, lo que ha causado un profundo malestar social.

Incluso el brexit no tendría que apuntarse en el debe de la Unión: no ha tenido el efecto dominó que algunos vaticinaban, sino más bien todo lo contrario, ha cohesionado a la ciudadanía, las instituciones y los estados en torno a la conveniencia de seguir unidos a pesar de las diferencias en asuntos como el euro o los refugiados. La posición negociadora de los Veintisiete ha sido, al menos hasta ahora, inquebrantable. Entre tanto, Gran Bretaña se encuentra sumida en una crisis existencial ante la dificultad de aplicar la retirada de un Estado miembro sin dañar la economía y el bienestar social.

Tan es así que ninguno de los partidos que critican el proyecto europeo, pero que participan en un gobierno de coalición, propone abandonar la UE o el euro. Desde el 2016, el año del referéndum del brexit, el apoyo a la moneda única y a la UE empezó a crecer y hoy está en el nivel más alto desde el 2002.

Es evidente que, pese a los fracasos de la UE en la última década, desde la gestión de la deuda griega hasta la inmigración, la Unión sigue siendo el único mecanismo real para abordar los retos transnacionales que van desde los flujos de refugiados a la economía digital, pasando por la seguridad y el cambio climático. Solamente a través de su fortalecimiento podremos afrontar eficazmente todos estos desafíos y ser una potencia global.

* Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.