En el reciente acuerdo firmado entre el Partido Popular y Vox, en su punto 33, se dice: «Promover una Ley de Concordia que sustituya a la ley de memoria histórica». Llama la atención, desde un punto de vista formal, que para su objetivo, aún inexistente, utilicen las mayúsculas y sin embargo para lo que sí existe, una ley aprobada en el Parlamento andaluz con amplio consenso, hayan reservado las minúsculas. Así figura en el documento original, aunque algunos medios de comunicación, al reproducirlo, hayan recurrido a las mayúsculas en ambos casos. Pienso que guardar las formas tiene siempre su importancia, tanto en las relaciones personales como en los acuerdos, sean estos del carácter que sean, y en consecuencia en ese texto ya se contiene un cierto desprecio hacia la memoria histórica, lo cual no es una novedad en el PP: ¿habrá que recordar cuando Pablo Casado hablaba de «las fosas de no sé quién» para sostener su afirmación de que los de izquierdas eran unos «carcas»?

A la espera de cómo se desarrolle ese acuerdo, que al parecer no cuenta con el apoyo de Ciudadanos, no olvidemos cuál ha sido la política de memoria utilizada por el PP en el Gobierno español: destinar 0 euros en los presupuestos a su aplicación, por tanto sin necesidad de derogar una norma pueden evitar su aplicación, y me temo que esa será la vía que al final se adopte en Andalucía. Una vez más conviene traer al espacio público que la cuestión de la memoria histórica no es algo privativo de España, ni tiene que ver con un programa radical de la izquierda. Desde comienzos del siglo pasado se habla acerca de esta cuestión en el ámbito intelectual europeo, tanto desde la perspectiva de la psicología como de la sociología y de la historia. De hecho fue un sociólogo francés, Maurice Halbwachs, quien acuñó el término memoria colectiva, en particular en dos de sus trabajos: Los marcos sociales de la memoria, publicado en 1925 y La memoria colectiva, aparecido en 1950, años después de su muerte en el campo nazi de Buchenwald (donde coincidiría con Jorge Semprún). Al realizar una reseña del primero de esos libros en el año de su publicación, el historiador Marc Bloch (ejecutado por la Gestapo en 1944), escribió: «El libro de Halbwachs nos obliga a reflexionar sobre las condiciones propias de la evolución y desarrollo histórico de la humanidad, pues... ¿qué sería de esta evolución sin la conciencia colectiva?». En consecuencia, ocuparnos del pasado en términos de memoria no es sino una de las tareas que corresponde desarrollar a los historiadores, aunque haya algunos de ellos que, desde una posición conservadora (de derechas), la menosprecien. Conseguir que el conjunto de la sociedad asuma nuestro pasado reciente es un compromiso y una obligación por parte de los historiadores, que no debemos mantenernos callados ante la posible involución que se producirá en Andalucía en términos de apoyo oficial a cuanto representa la memoria histórica. En este sentido, las mujeres nos han dado un claro ejemplo de cómo se debe dar respuesta a los ataques que se produzcan a los avances conseguidos en cuanto a la reparación de las víctimas. Los profesionales de la historia tenemos una responsabilidad ante los ciudadanos. Lo expresó muy bien Saramago en sus Cuadernos de Lanzarote: «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos, sin responsabilidad quizá no merezcamos existir».

Mientras tanto, ignoramos cómo resultará el acuerdo del PP a dos bandas, semejante a lo que cantaba Machín, en Corazón loco, cuando afirmaba no comprender cómo se pueden querer dos mujeres a la vez, y no estar loco. Basaba su explicación en que «una es el amor sagrado» y «la otra es el amor prohibido», y mi duda no reside en si ambos amores aguantarán, sino en quién es quién.

* Historiador