Ejercer la política, profesión injustamente denostada, no está al alcance de cualquiera. Presidir un gobierno requiere de gran sagacidad e inteligencia emocional, templanza de ánimos, empatía con el discrepante y mucha, muchísima cautela. Virtudes que, tras seis meses al frente de la Generalitat, no parecen adornar a Quim Torra, quien pasó de la nada política a ser la primera autoridad de Cataluña. A la vista de su propia experiencia, quizá él mismo comparta el diagnóstico. Nada bueno presagiaba que asumiera su accidental presidencia renegando de la legitimidad que le confería el Parlament, al proclamarse vicario del «legítimo» Carles Puigdemont. Error fundacional que con su ejecutoria bien podría haber enmendado, pues es en la administración cotidiana donde se forjan los verdaderos liderazgos. Por ahora, no ha sido el caso.

Orillando la tardía respuesta a la huelga de la sanidad pública, la inane gestión del Govern y la parálisis legislativa del Parlament, Torra ha cometido dos errores imperdonables en cualquier gobernante: dejar en la estacada a las fuerzas de seguridad, encargadas de velar por la convivencia y el respeto a la ley, y alimentar un escenario de confrontación violenta al mirarse primero en el espejo de Kosovo y luego en el de Eslovenia, cuyos procesos de independencia sumaron miles de muertos y centenares de miles de desplazados.

Animar a los CDR a «apretar» en el aniversario del 1-O. Criminalizar a los Mossos que sofocaron los violentos incidentes de Gerona y Tarrasa. Prohibirles disolver a los activistas que cortaron la AP-7. Alentar, portavoz mediante, una protesta independentista contra la cita del Consejo de Ministros en Barcelona, que los Mossos están llamados a proteger. Rosario de despropósitos impropio de un presidente cabal, cuyo deber es garantizar el orden público, no sembrar el caos.

Puesto que el retorno de Puigdemont no se antoja inminente --jamás lo fue--, Torra debería plantearse fijar fecha de caducidad a la suplencia. Salvo que su misión sea, precisamente, sacrificar el autogobierno catalán y la paz social en el altar de la república imaginaria.

* Periodista