Escribir sobre la Constitución Española de 1978, en este cuarenta aniversario de su entrada en vigor, supone para mí un enorme respeto y una gran responsabilidad, porque se trata de la norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico, es decir, el marco legal al que decidimos en referéndum estar sujetos todos los ciudadanos y todas las ciudadanas de nuestro país, sin distinción alguna.

Pero, al mismo tiempo, me produce una profunda alegría, porque es el texto que refleja el consenso con mayúsculas alcanzado en nuestro nombre por nuestros representantes políticos, para superar el oscuro período antidemocrático que supuso la dictadura franquista.

Creo, con total sinceridad, que como marco legal ha cumplido con creces, durante sus cuarenta años de vida, su cometido de ordenar democráticamente nuestra convivencia colectiva, a través de un prolijo desarrollo legislativo.

Y, con absoluto orgullo, reconozco que ha servido también como valioso instrumento de cohesión social y territorial, estando a la altura de las circunstancias en momentos críticos de diversa naturaleza.

Me muestro, por tanto, sincera y absolutamente orgullosa de nuestra Constitución, por su significado jurídico de profundas convicciones democráticas y su incuestionable papel como código de valores y principios transversales e incluyentes.

En un tiempo récord, ha supuesto la homologación de nuestro Estado de derecho al de los países democráticos más avanzados del mundo, muy especialmente si lo comparamos con los de nuestro entorno europeo.

Somos incluso vanguardia a la hora de afianzar y blindar derechos de la ciudadanía, dando pasos de gigante en la consolidación de un Estado del bienestar que garantiza la igualdad de oportunidades y nos protege de manera inequívoca a todas y a todos, frente a la adversidad individual y colectiva.

Por todo ello, no comparto los planteamientos interesados que sitúan a nuestra Carta Magna en una posición de debilidad, inoperancia e inutilidad para afrontar determinados retos de indudable complejidad y gravedad.

El antídoto para que estos planteamientos perversos no se afiancen en el imaginario colectivo, a través de campañas orquestadas de uno u otro signo, es, sin duda, recuperar el espíritu de consenso que la recorre de principio a fin.

Cuando nos alejamos de él, caemos en dos tipos de tentaciones clara y peligrosamente antagónicas con respecto a su futuro.

Por un lado, la que pretende dinamitarla para subvertir el modelo de convivencia que garantiza y, por otro, la que quiere convertirla en una fortaleza inexpugnable sin ojos ni oídos.

Frente a ambos modelos, minoritarios aunque muy ruidosos, la ciudadanía española, como garante de un verdadero patriotismo compartido que une y cose lo distinto desde el respeto mutuo, debe defender sin fisuras su vigencia.

Con prudencia pero sin miedo, debemos actualizar su contenido consiguiendo que broten de sus principios de justicia, libertad y seguridad, nuevas normas jurídicas que den respuestas a los desafíos de un futuro que ya es presente.

Normas sobre la sociedad del conocimiento, la igualdad real, la sostenibilidad ambiental, la solidaridad intergeneracional y el equilibrio interterritorial, entre otros asuntos, que continúen garantizando nuestra convivencia conforme a un orden económico y social justo.

En esta apasionante labor no sobra nadie. Hagamos una profunda labor pedagógica para sumar adeptos, a una causa constitucional renovada que recupere a los mayores desilusionados con el devenir, e ilusione a los jóvenes que no la sientan como propia.

A los primeros empoderando su valor de unidad y consenso que tanta estabilidad social proporciona y a los segundos inundándola de frescura y dinamismo para encarar el futuro.

No educamos hoy a nuestras niñas y niños desde el inmovilismo y el miedo. Alumbramos su éxito personal y profesional desde parámetros flexibles, cooperativos e inclusivos que les permitirán ser ciudadanas y ciudadanos con altas capacidades adaptativas.

Igualmente nuestra Constitución puede y debe perdurar sin complejos y evolucionar sin prejuicios.

Por ello tenemos que celebrar un año más con todo el orgullo y toda la emoción de la que seamos capaces que es y quiere seguir siendo la Constitución de todas y de todos.

(*) Este artículo se incluye en la revista especial de Diario CÓRDOBA publicada con motivo del 40º aniversario de la Constitución española