Pertenezco a una generación en la que lo de «Gibraltar español» parece una consigna que cosieron a nuestro ADN. En un juego de asociación de palabras respondería mecánicamente con español a la mención de Gibraltar, sin pararme a pensar en lo que eso supone o representa. Tranquilos porque no es mi intención ponerme ahora a perorar sobre el Tratado de Utrech ni a hacer paralelismo con reivindicaciones territoriales de hace más de tres siglos. A otros con ese hueso.

Si hablo del Peñón es porque le ha permitido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, echar un pulso europeo a costa de una de las principales reivindicaciones de la derecha española, en un momento de extrema debilidad política interna y cuando el runrún de avance electoral es más fuerte.

Pedro Sánchez enfila la última semana de la campaña electoral andaluza regresando victorioso de un Consejo Europeo al que tenía en un ay con su amenaza de veto al acuerdo del brexit. La negociación se alargó hasta el último minuto, una clara estrategia de tensión política, para dar más valor al acuerdo alcanzado por España, que no es más, ni tampoco menos, que tener por escrito que España tendrá algo que decir en lo que ataña al Peñón, cuando el Reino Unido salga de la Unión Europea.

Sánchez ha externalizado su labor política a la busca de unos resultados y una satisfacción que es difícil que encuentre en casa. En cinco meses ha perdido más piezas que el Sr. Patata pero ha hecho más viajes que Willy Fogg.

La mayoría parlamentaria que lo apoyó en la moción de censura no hace ningún esfuerzo para que siga ahí. No tiene apoyo para aprobar sus Presupuestos y aunque pretenda sacar por decreto sus medidas sociales, es difícil ver mucho más recorrido a este Gobierno.

La legislatura está muerta, fiado todo a unas elecciones que no cambiarán mucho las cosas, pero que se conjuran como solución a las guerras internas que están sufriendo la mayoría de fuerzas políticas. No hay nada mejor que un enemigo exterior para cerrar filas. Por eso no hay forma de llegar a ningún acuerdo con los independentistas catalanes y Rufián se dedica a despistar a los contrarios subiendo el tono de su matonismo habitual. Tampoco es posible ningún acuerdo con el PP, que aún está en fase de purga interna y es capaz de autosabotear el acuerdo para la renovación del CGPJ, con un torpe wasap sobre lo que iban a hacer «por detrás» a la Justicia española. El único hábil ha sido el juez Marchena, que al destaparse el pastel se dio prisa en renunciar al cargo de presidente, una forma de dar un paso atrás para tomar impulso, a la espera de los cambios parlamentarios que introduzcan las elecciones por venir, y que se huelen en el ambiente. Solo Sánchez puede convocar elecciones, y no creo que él mismo tenga clara la fecha ahora, a pesar del pedestre globo sonda del superdomingo 26 de mayo. Todo puede cambiar el día 2 con los resultados andaluces en la mano. Deben transcurrir un mínimo de dos meses entre elecciones y se deben convocar 54 días antes de celebrarse. Saquen el calendario.

* Periodista