Que la Universidad de Córdoba ocupa puestos destacados en el ámbito de la investigación no debería sorprender a nadie a estas alturas. Pero también es un referente en materia de cultura científica y divulgación. Una de sus iniciativas más veteranas en este último ámbito es la Semana de la Ciencia que ha propiciado, hace unos días, la presencia en el Rectorado del Nobel de Física 1999, Gerardus’t Hooft, hablando, ante un salón de actos casi lleno, sobre los agujeros negros y la teoría del todo. Un campo que se abre a formulaciones teóricas de gran belleza y matemáticas de alta complejidad en el que los científicos no acaban de encontrar la manera de encajar todas las piezas dentro del marco conceptual pertinente. Pero, en cualquier caso, una investigación apasionante con los agujeros negros como el mejor laboratorio cuántico en el que trabajar.

La intervención no pudo ser más oportuna. Desde hace pocas semanas está en las librerías el libro póstumo de Stephen Hawking Breves respuestas a las grandes preguntas que incluye sus últimas notas sobre estos y otros temas. En su prólogo Eddie Redmayne, actor que encarna a Hawking en el film La teoría del todo, glosa su chispa e ingenio calificándolo como el hombre más divertido que tuvo el placer de conocer. Y lo cierto es que muchos grandes científicos saben impregnar de humor sus conocimientos a la hora de hacerlos más asequibles o aprovechar su proyección pública para abordar, con peculiar retranca, cuestiones cotidianas. Cuidan la reflexión amable desde la vertiente anecdótica.

En el caso de Hooft la anécdota radica en que en el cinturón de asteroides hay uno que lleva su nombre --el 9491 Hooft-- en reconocimiento a su labor investigadora. Posee una peculiar singularidad: tiene una Constitución escrita, con fina ironía, por el propio Nobel holandés. En ella se estipula, por ejemplo, que la dificultad burocrática para lograr un visado con que el que ir allí debe ser menor de la que deben soportar los postdoctorados extranjeros y sus familias cuando desean pedir un trabajo temporal en los Países Bajos. O que privilegios como la admisión a una universidad deben decidirse conforme a «una capacidad demostrada, no sobre la base de raza, sexo, religión, información sacada directamente del genoma de alguien o cualquier clase o sistema de lotería»

Además todas las regulaciones burocráticas solo se aplicarán si sirven para un objetivo razonable. Y si en una delegación del gobierno alguien tiene que esperar cola más de 15 minutos, el funcionario está obligado a pedirle perdón humildemente y explicar la razón de la tardanza. Y así siguen otros ítems.

Son muchos los premios Nobel que han visitado en alguna ocasión Córdoba. Y varios han hecho gala de ese buen humor protagonizando inolvidables anécdotas. Es el caso del pakistaní Mohammed Abdus Salam, Nobel de Física 1979 por sus trabajos en el modelo electrodébil. Durante una estancia en Córdoba los periodistas lo sorprendimos en el interior de la mezquita cuando la visitaba discretamente y en solitario. Alguien, osadamente, le pidió que explicase «de modo sencillo» sus investigaciones (en su estancia se había referido a cuestiones relacionadas con la antigravedad). Se lo tomó con calma. Se quitó el sombrero y lo lanzó al aire. Flashes, cámaras y miradas perplejas siguiéndolo en su ascenso y posterior caída al suelo. Y una breve respuesta: «Miren ustedes, yo trabajo sobre la posibilidad de que el sombrero se quede arriba...».

Hablando de asteroides. Este año se cumple el 75 aniversario de El Principito. Su protagonista, como es sabido, vive en el asteroide B612, que no existe, pero que acabó existiendo. A saber: cada asteroide lleva un número identificativo y, eventualmente, un nombre. B612 equivale en notación hexadecimal a 46610 en decimal, así que el registrado con este número fue bautizado con el nombre francés Besixdouze (o sea Be-six-douze). Saint Exupery también tiene el suyo (2578). ¡Ah! y el Nobel cogalardonado con Hooft el siguiente al de éste. El 9492 Veltman.

Al Principito quizá le hubiera gustado proponerle a Abdus Salam la misma pregunta que le hace al vanidoso habitante de otro asteroide: por qué no se le cae el sombrero que lleva puesto. Y que este no le contesta. Y estoy seguro que ampliaría mucho sus conocimientos sobre las rosas en una ciudad donde las personas domestican a las flores pero también las flores domestican a las personas. Y donde sus sabios cuidadores saben interpretar, como él, sus quejas y sus silencios. En este aspecto quizá la gente mayor no le resultase tan extraña. Incluso hasta le sorprendería ver, --como en la pasada edición de Flora-- que esos extraños habitantes del planeta Tierra saben crear rayos de luz poblados de pétalos, meteoritos de los que surgen jardines y pequeños mundos llenos de agua que se entrelazan formando cosmos.

* Periodista