A estas alturas de la Historia no es arriesgado pensar que el ser humano se está jugando su futuro en saber dar respuesta a los nuevos problemas derivados del proceso de globalización que vivimos. Si miramos a nuestro alrededor podemos observar importantes retos que se han de afrontar en este siglo: la regulación de la globalización económica, la lucha contra las desigualdades de todo tipo existentes, especialmente la de género, la necesidad de afrontar los retos energéticos y medioambientales, la regulación de la revolución biotecnológica, la adopción de medidas internacionales frente a las nuevas formas de ataques a la libertad y a la seguridad humana. Y si nos colocamos las gafas de ver de cerca, entonces comprobamos la necesidad de encontrar respuestas a problemas más autóctonos tales como la encrucijada de la integración europea o la vertebración territorial de España. En todos estos campos habrá que ser especialmente imaginativos para conseguir que el Derecho se introduzca y así regular determinados sectores que se resisten a ser juridificados o cuya regulación ha quedado obsoleta.

Para que esto pueda suceder es necesario que las fuerzas políticas moderadas de izquierda y derecha sepan fundir sus horizontes para hacer real un proyecto de convivencia justo que trascienda las fronteras nacionales. Distintas rutas para llegar a una misma meta. Volver a la esencia de la democracia social que hizo posible la Europa occidental de la segunda mitad del Siglo XX, ese espacio de convivencia en el que el ser humano alcanzó las mayores cotas de libertad e igualdad jamás conocidas, gracias al desarrollo del Estado del bienestar. Un modelo que ha funcionado bien mientras que los Estados han sido el marco territorial idóneo de resolución de conflictos y de organización de la convivencia. Pero esta situación ha cambiado.

Hoy vivimos en una sociedad mundial. No existe ya país ni grupo que pueda vivir al margen de los demás. Las distintas formas económicas, culturales y políticas no dejan de entremezclarse y junto a los gobiernos hay cada vez más actores transnacionales, públicos y privados, con cada vez más poder, con un poder no controlado por las sociedades democráticas. El Estado se ha quedado pequeño para controlarlo. Y de este modo corre el riesgo de convertirse, también en Europa, en un instrumento insuficiente para poder asegurar a los seres humanos unas condiciones dignas de existencia, que es su principal motivo de existencia.

Por eso es necesario que las fuerzas políticas que beben de las corrientes ideológicas emanadas de la socialdemocracia y la antigua democracia cristiana europea vuelvan a unir sus estrategias y a hacer compatibles sus objetivos, como lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial, para internacionalizar su ámbito de acción con la finalidad de frenar tanto al liberalismo deshumanizado que galopa por las praderas de la desregulación como a los populismos extremistas y radicales, muchos de ellos con fuerte impronta nacionalista, que se caracterizan por no tener al ser humano como referente último de su acción política, por no entender el libre desarrollo de la personalidad como un componente estructural de la dignidad de la persona o por considerar que el pluralismo social, cultural y político es un mal que erradicar. O por cualquier combinación de éstas.

La derecha y la izquierda moderada deben perder sus complejos. Por un lado, el pensamiento conservador debe distanciarse del atroz liberalismo económico que como parásito tanto le contamina y que tanto corrompe a sus élites, así como del nacionalismo de taberna. Por otra parte, la socialdemocracia ha de entender que los populismos de izquierda casan mal con la cohesión social, pues tras eslóganes más o menos atractivos, más o menos demagógicos, ocultan agendas políticas con tufo totalitario. Y de ellos conviene separarse.

Se debe restablecer, ahora a nivel mundial, la alianza que se produjo en Europa en los años cincuenta del pasado siglo; la que posibilitó el nacimiento de las Comunidades Europeas y la firma del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Una alianza que se fundamente en la defensa por encima de todo de la dignidad humana, desarrollando un cada vez más justo ordenamiento jurídico internacional orientado a la consecución de fines basados en valores de libertad, igualdad y solidaridad, auténtico patrimonio común de la Humanidad.

* Catedrático de Derecho Constitucional