Desde siempre he sido muy consciente de la fortuna de nacer en una ciudad con la impronta de Córdoba, de su ser y de su estar. Para bien o para mal, he sido la menor, la hermana pequeña de una familia muy ligada a esta ciudad tanto en su ocio como en su compromiso social y eso me hace apoderarme de recuerdos que no son tan míos pero que los vivo como si fuera su principal protagonista. He comprado en el Mercado Municipal y visto la Espartería, con los juguetes y sus tiendas. He paseado la calle Montero, respirado su ambiente, hablado con sus vecinas. He vivido los días previos a las Cruces de Mayo cuando los vecinos adornaban sus plazas y se preparaban para la fiesta. Conozco el mimo con que se engalanaban los patios, abrían las puertas de sus casas y nos regalaban un cante y baile en un entorno cercano a la gloria. Recuerdo las asociaciones vecinales, las peñas, los partidos políticos, sindicatos, las cofradías, preparando su caseta para recibir a la gente, de dentro y de fuera. Recuerdo tener turno en más de una caseta para sacar unas pelas para nuestro barrio, para nuestra procesión, para nuestra causa, cualquiera que fuera.

Sin embargo, siento una tristeza profunda por no poder compartir con mis hijos experiencias que viví yo con mis mayores. Desde cuando mi madre, preocupada por la unidad fraternal, hacía que mi hermana y hermanos «cargaran» conmigo en sus salidas, donde, desde muy pequeña tuve el lujo de participar de tertulias y paseos por los mejores rincones y callejas del casco histórico; sus tabernas, sus plazas. Espacios llenos de vida, con ambiente de barrio, donde las vecinas y los vecinos se reconocían y saludaban por las calles. Y creo que eso se debe proteger. Debemos ofrecer una ciudad en un entorno inigualable, pero que no deje de ser ciudad; y la ciudad la hace su gente. No podemos conformarnos con mostrar a nuestros visitantes sólo un decorado, porque nunca nos reconocerán.

Pero hoy nos dirigimos desbocadamente hacia otro escenario totalmente distinto. El turismo masivo es una preocupación para muchas ciudades. No en vano, es capaz de transformar territorios y comunidades. En Córdoba estamos asistiendo a un abandono forzado de vecinas y vecinos del casco histórico hacia otros barrios; los alquileres abusivos, la especulación desmedida, hace que sea insostenible la vida en el centro, sin hablar del pequeño comercio, que se ve abocado a cerrar dificultando así el día a día de sus habitantes. ¿Vamos a permitir que nuestra fiesta, que nuestra ciudad se convierta en un frío monumento?

Vamos hacia un escenario en el que quienes residen en el casco histórico no son quienes lo habitan, la búsqueda del lucro prevalece sobre los derechos de sus habitantes, sobre sus espacios y sobre sus necesidades y cuidados. Advertimos mercantilización, banalización y espectacularización de algunas expresiones socioculturales y de parquetematización de nuestro patrimonio cultural; así como la no atención, por parte de la industria turística, de los costes e impactos que estas actividades suponen para las diferentes administraciones públicas, y por extensión, para la ciudadanía.

Pero tengo la firme convicción de que estamos a tiempo de reconducir los espacios acústicamente saturados, la invasión del casco por apartamentos turísticos y la desaparición del comercio vecinal. Según el informe Actividades Turísticas en Córdoba de Etnocórdoba Estudios Socioculturales, entre las dos percepciones del turismo más polarizadas, la «turístico-fílica» y «turístico-fóbica», hay otras visiones intermedias que requieren de un debate sosegado, constructivo y riguroso. Este debate y tiene que estar abierto al vecindario, organizaciones sociales, sindicales, empresariales y políticas.

Quienes se están viendo afectados directamente por esta nueva realidad ya se han puesto manos a la obra creando el Foro por el Derecho a la Ciudad, cuyo manifiesto define este derecho como la «posibilidad del buen vivir para todos y todas, donde sea posible el disfrute equitativo de diferentes tipos de recursos que permiten la convivencia: trabajo, salud, educación, vivienda, participación, acceso a la información, ocio, etc.».

Por todo esto, es fundamental que se genere este debate, pero no lo podemos hacer sosegadamente si se dan incontables licencias para pisos turísticos cada año. Se hace imprescindible pues, una moratoria en la cesión de licencias para el sector turístico en la totalidad del casco histórico. Es importante incluirlo en su totalidad ya que en otro caso, aquellos territorios no acogidos a esta suspensión cautelar, serían más vulnerables a esta turistificación desmedida.

Todavía estamos a tiempo de no seguir el camino de otras ciudades ya irrecuperables. Es nuestra obligación hacerlo y no hay tiempo que esperar. Si no, toda esa Córdoba que me ha hecho ser más yo, será algo que solo se lo trasmita a los míos desde mis recuerdos, a cambio de un mero decorado.H

* Concejala de Ganemos Górdoba