Si siempre me incomoda ver a políticos en campaña electoral coger niños en brazos y exhibirlos para demostrar humanidad, las imágenes que hemos visto del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, añadiendo gestos y palabras explícitas de violencia son oprobiosas. ¿Cómo se puede enseñar a una niña de 4 años a hacer el gesto de disparar? ¿Cómo se puede mantener este diálogo con un niño de 8 años obscenamente vestido de policía? «¿Sabes disparar? Pues dispara. Los policías deben disparar». ¿Qué hemos hecho mal para que esto se produzca con tanta naturalidad? ¿Cómo puede ser que gestos como estos se entiendan como una demostración de solvencia, de capacidad para resolver problemas? ¡Sobre todo cuando uno de ellos es precisamente el de la violencia! En el 2017 se batió el récord de asesinatos en el país, con un total de 63.880 víctimas (175 personas al día). La violencia solo genera violencia, y eso nos lo ha enseñado la historia a lo largo de los siglos mientras parecemos condenados a repetirla. También me pregunto cómo puede ser que aquí aceptamos sin un dolor de cabeza que vendamos armas a Arabia Saudí (sabiendo bien dónde acabarán) por un contrato económico. No minimizo la repercusión de la cancelación, pero me avergüenza la incapacidad de cuestionarlo y de buscar alternativas a este «negocio».

Dice Bolsonaro: «Las armas son inherentes al hombre y a su defensa. Está en la Biblia». Me gustaría explicarle que no en la mía. O que se acerque a ver al obispo Casaldàliga y se lo explique en su propia lengua. Alguien que respeta tan poco la vida es lógico que hable de las mujeres como lo hace o que le importe un bledo el futuro de la Amazonia. El mapamundi empieza a mostrar un dibujo de populismo de ultraderecha de alto voltaje que se va trazando como un juego de línea de puntos, ahora aquí, ahora allí. Escojamos bien nuestras elecciones si no queremos perderlas.

* Escritora