Cuando se escriba la historia de Córdoba de las últimas décadas habrá un personaje que deberá destacarse por sus innegables aportaciones. Se trata del empresario Antonio Deza Romero, un hombre «hecho a sí mismo» que fue capaz de crear una de las más importantes cadenas de comercios de la alimentación de Córdoba.

La guerra civil se cebó en la familia de Antonio como en tantas otras de Córdoba. Un mes después de la sublevación militar de 1936, el año en que él nació, fue fusilado un tío suyo; su padre corrió la misma suerte tras haber luchado en la guerrilla antifranquista. Estas circunstancias obligaron a su madre a emigrar al norte de la provincia, entre Azuel y Fuencaliente, donde sobrevivió con sus hijos en unas espantosas condiciones.

Sin apenas haber visitado la escuela Antonio y su familia regresaron a Córdoba en 1946. La venta ambulante de avellanas, ajos, legumbres, y todo lo que hiciera falta constituían su único sustento. En 1962, ya casado con María, una mujer fundamental en su vida, Antonio Deza abrió su primera tienda de alimentación en Jesús Rescatado. Fue el punto de partida para una cadena de establecimientos establecidos en diferentes zonas de Córdoba que, convertida en el Grupo Deza Alimentación a principios de siglo, da empleo a más de 300 trabajadores. Antonio dejó de dirigirlos en 2005 tras haber delegado la gestión del grupo en sus hijos, aunque aún sigue proyectando su saber e intuición empresarial desde su bien ganada jubilación.

Esta ha sido la trayectoria de un hombre que hizo posible levantar uno de los grupos empresariales más estables de Córdoba a través «una carrera de obstáculos ganada con esfuerzo y mucha tenacidad», como él mismo calificó en una entrevista concedida a este medio.

La merecida jubilación de Antonio Deza le ha permitido dedicar todo su tiempo y su esfuerzo a una tarea que tenía pendiente desde niño: recuperar la memoria y la dignidad de esos miles de cordobeses que, como su padre y su tío, fueron víctimas de la represión franquista y del tupido manto de silencio que los envolvió después. Cuando otros habrían dejado como imposible esta tarea por los muchos años transcurridos y la desidia de tantas administraciones, Antonio Deza se ha convertido en el adalid de una causa que es la suya y de miles de víctimas de la etapa más atroz de la historia de Córdoba. Su esfuerzo en este terreno solo es comparable a la titánica lucha que hubo de emprender para pasar de ser un humilde vendedor de avellanas y legumbres en las plazas de Córdoba a un empresario modélico.

Aquellos que nos dedicamos desde la investigación a poner blanco sobre negro lo que pasó en esa España de la victoria no podemos cuanto menos de aplaudir las iniciativas de hombres como Antonio Deza. Su sincero compromiso ante la sociedad cordobesa no se ha limitado solamente a generar riqueza productiva sino que también se ha convertido en agitador de las conciencias de muchos para devolver la dignidad y la justicia a quienes perecieron a manos de los que cercenaron la libertad y la democracia.

Llevo más de un año colaborando modestamente con la asociación Dejadnos llorar que él mismo ha fundado y proyectado en la vida cordobesa. Solo puedo decir que en ese tiempo y en las muchas conversaciones que hemos mantenido jamás he visto el rencor y el afán revanchista que algunos, malintencionadamente, atribuyen a lo que solo es la búsqueda de la verdad y la reparación de los olvidados. Tampoco he apreciado en su esfuerzo ningún protagonismo torticero, porque no le hace falta, y mucho menos actuar de manera partidista. Siempre repite una frase: «La recuperación de la memoria democrática es tarea de todos, de las izquierdas y las derechas, y nunca debe ser fuente de división entre los que de verdad creen en la democracia».

Ahora, cuando están a punto de iniciarse las primeras exhumaciones de las fosas en los cementerios cordobeses, valgan estas líneas para manifestar el respeto y admiración por un hombre de bien que ha puesto más que un grano de arena en que esto se pueda realizar.

* Historiador y académico