Su alma estaba cargada de las ingratitudes de esta vida. La indignación, la humillación, la vergüenza, la deshonra, la vejación, el engaño, la torpeza, todo. Fuera cierto o no. Había aceptado la ingratitud de la vida por salvar a sus hijos. había captado la mezquindad de la vida por normalizar su familia. Había sido prostituida en esta vida por salvar la bajeza que aquel ser le regalaba todos los días.

Vivía aterrorizada, vivía con miedo, vivía con penuria psicológica, pero ella, en su estabilidad emocional, asumía y aceptaba aquel mal que no era inherente a ella, pero que ella había aceptado.

Tal vez no rezaba, tal vez no oraba pues su estilo de vida no era ese. Pero le inquietaba la penuria emocional que le proponía a diario todo aquello que junto a ella vivía. Ya no existían lágrimas en sus ojos, tal vez, solo tal vez, el corazón estuviera cargado. Y por su puesto el alma eyaculaba brotes de lágrimas inherentes al sufrimiento que le estaba infligiendo. Pero, ¡oh, la, la! Tal vez, solo tal vez, el destino le deparase la ocasión, la oportunidad, la valentía de un cambio llamado amor.