Doscientos treinta años atrás los revolucionarios franceses y americanos ya postulaban que la meta de la sociedad era la felicidad común y que perseguirla y obtenerla constituía un derecho individual e inalienable. Hace algunos años la Universidad de Leicester hizo público un estudio sobre el mapa de la felicidad en el mundo. A través de 80.000 encuestas a personas de 178 países del mundo concluyó que los países en los que las personas se sentían más felices eran aquellos en los que existía un Estado social fuerte. Por esto aquellas personas que viven en países con un buen cuidado de la salud, con una alta renta per cápita y con acceso a la educación permanente se consideran más felices.

Es obvio que al hablar de felicidad siempre han de tomarse en consideración los componentes meramente personales. Nos lo dice Voltaire en su Diccionario Filosófico: «se pregunta si existe un hombre más feliz que otro, pero esa perogrullada es muy fácil de contestar. Es claro que el que padece las enfermedades de la piedra y de la gota, y pierde sus bienes, su honor, su mujer y sus hijos y le condenan a la horca, es menos feliz en el mundo que un sultán joven y vigoroso... Lo que se quiso preguntar sin duda es cuál es más feliz de dos hombres que gocen de igual salud y que posean iguales bienes de fortuna».

Por estas razones a esa búsqueda de la felicidad común desde hace tiempo en vez de felicidad la llamamos de otra manera, la denominamos Estado del bienestar o Estado social. Un modelo de convivencia que pretende conjugar en positivo los anhelos (y reivindicaciones) de libertad e igualdad del ser humano.

Resulta, pues, lógico que exista un interés político creciente en usar indicadores nacionales de felicidad junto a los indicadores de riqueza. Una encuesta realizada por la BBC entre la población británica reveló que el 81% de la población pensaba que el Gobierno debería focalizar su acción en proporcionarles felicidad, o si se prefiere en propiciarles el necesario bienestar.

El concepto de la felicidad, o satisfacción con la vida, ha sido normalmente objeto de investigación por la ética o la psicología. Y también ha de ser objeto del discurso político, pues las sociedades en las que existe igualdad de oportunidades, en las que se reconocen y garantizan los derechos sociales, en definitiva aquellas sociedades que han sabido articular un eficaz Estado social suponen el espacio idóneo para facilitar el bienestar humano; un espacio donde se hace realidad el axioma del utilitarismo clásico: conseguir la máxima felicidad para el máximo número de personas.

En estos tiempos de urnas que se avecinan, quien sepa transmitir al electorado la convicción de ser la fuerza política más capaz para culminar esta necesidad social de felicidad habrá allanado el camino hacia la victoria. Un electorado que en su mayoría quiere menos crispación política, menos insultos y palos en las ruedas y mucha más construcción de puentes por donde transitar en convivencia. Puentes que aúnen lo mejor de cada ideología y que ayuden a crear la necesaria sinergia social que promueva el progreso de la cultura y de la economía en España; esos dos ingredientes inseparables que nos aseguran a todos una digna calidad de vida. Así lo proclama nuestra Constitución en su Preámbulo y así debemos pedírselo a las fuerzas políticas en cualquier momento, pero aún con más intensidad cuando corren tiempos electorales. La fuerza política que piense en la felicidad de la ciudadanía y que tenga como objetivo prioritario que nuestra sociedad sea cada día más culta y próspera tendrá en sus manos todos los ingredientes del cóctel del éxito electoral.

Felicidad y riqueza. Conceptos tradicionalmente unidos, pues, como señala Woody Allen: «la riqueza no proporciona la felicidad pero produce un estado de ánimo tan parecido que para distinguirlos se necesita la ayuda del mejor de los especialistas». Y la riqueza de una sociedad no es otra que la eliminación de las desigualdades, el progreso de la cultura y la economía y la consecución de las mayores cotas de libertad y justicia para las mujeres y hombres que la componen.

Estado social y crecimiento cultural y económico: felicidad para los electores, éxito para el gobernante.

* Catedrático de Derecho Constitucional