Del 3 al 18 de octubre se celebrará en Roma la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos, con el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. La Conferencia Episcopal Española estará representada por su presidente, el cardenal Ricardo Blázquez, al que acompañarán el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, y Carlos Manuel Escribano, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño. También, el cardenal Luis F. Ladaria y el cardenal Carlos Osoro, y otros españoles como la Hermana Maria Luisa Berzosa, directora de Fe y Alegría, y el jesuita Juan Pablo Hernández, director de Piedras Vivas. El objetivo primordial del Sínodo sobre los jóvenes es ocuparse de todos los jóvenes sin excepción, no solo de los jóvenes cristianos. La Iglesia quiere ofrecer una palabra a la juventud del mundo en este momento de la historia. Con esta finalidad, el sínodo presentó en junio su documento de trabajo, con 214 puntos ordenados en tres bloques: reconocer, interpretar y elegir. Primero, «reconocer», es decir, «mirar y escuchar la realidad de los jóvenes, los distintos contextos donde viven, la diversidad de situaciones vitales». Conlleva importantes cuestiones: «¿Que es ser joven hoy? ¿Cuales son las experiencias más determinantes de la vida de un joven? ¿Es fácil elegir? ¿Qué es el lenguaje juvenil?». Segundo, «interpretar», partiendo de ese supuesto provocador: «una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos conmueve es una fe que debe ser sacudida». Tercero, «elegir» aquellos caminos que mejor permiten alcanzar el objetivo y abandonar aquellos que se muestran más inapropiados. Hay una pregunta lacerante como telón de fondo: «¿Qué piden los jóvenes a la Iglesia?». Hay respuestas para todos los gustos. Un número considerable de jóvenes, que provienen principalmente de áreas muy secularizadas, no piden nada a la Iglesia porque no la consideran un interlocutor significativo para su existencia. Algunos, por el contrario, piden expresamente que los dejen en paz, ya que sienten su presencia como algo molesto. «Este pedido no nace de un desprecio acrítico e impulsivo, más bien tiene sus raíces en razones serias y respetables», se dice en el documento de trabajo. Y en positivo, ¿qué piden los jóvenes a la Iglesia? «Incluso cuando son muy críticos, los jóvenes piden que la Iglesia sea una institución que brille por su ejemplaridad, competencia, corresponsabilidad y solidez cultural. Quieren ver una Iglesia que comparta su situación de vida a la luz del evangelio, ¡en lugar de hacer sermones! Anhelan una Iglesia que sea auténtica: «Queremos expresar especialmente a la jerarquía de la Iglesia, que debe ser una comunidad transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva. Los jóvenes desean una Iglesia menos institucional y más relacional, que sabe acoger sin juzgar previamente, una Iglesia amiga y cercana, una comunidad eclesial que sea una familia donde uno se siente acogido, escuchado, protegido e integrado» (IL 68). Vale la pena reflexionar sobre estas peticiones de los jóvenes. Se convierten, sin duda, en un clamor urgente y decisivo.

* Sacerdote y periodista