Lo que les voy a contar no es nuevo, me dicen que pasa todos lo días a miles personas, pero a mí me acaba de ocurrir y lo voy a largar. Desde mi primer móvil he sido fiel a la misma compañía, pero hace unas semanas caí en la tentación, tantas veces planteada, de cambiar de compañía por la considerable mejora en la oferta. El caso es que una compañía ladrona, como todas, entró en mi vida para darme un paquete de móvil, fijo, wifi y tele por algo menos de la mitad de lo que venía pagando por tal servicio y, además, me regalaban una televisión. Era tentadora la oferta y prometí estudiarla. Desde entonces no cesaron de llamarme a todas horas y desde varios teléfonos diferentes para cogerme por sorpresa. Mi intención era, antes de darme de baja, hablar con mi compañía y decirle el motivo por el que me iba por si tuvieran a bien hacer una contraoferta.

Después de dieciocho años con ellos, era lo menos que debía hacer. Tras llamar al servicio de atención al cliente, preferente en mi caso por manifiesta lealtad, al servicio de promociones, al de bajas y a todo aquel que me fueron pasando, el resultado fue nulo. Así las cosas, llamé a la compañía ofertante y cerramos la operación. Todo con la mayor amabilidad. No habrían pasado dos horas cuando me llamó mi antigua compañía, les expliqué todo lo expuesto anteriormente, y entonces me rebajaron la cuota a la mitad, del tirón. Les dije que ya no había opción pues había dado el Sí a la portabilidad. Inexplicablemente, me dicen que aún tengo 24 horas para arrepentirme y me indican la fórmula para abortar la operación. Me asombra este mercadeo, este trabajo inútil de los que me llaman, me explican, me venden y desvenden, pero transijo con tal de no andar moviendo cables y aparatos, tengo aversión a la mudanza. Me advierten que no cuente la verdad, que solo diga que rompo el trato por motivos personales. No lo hago, llamo, cuento lo que pasa, pido perdón por el tiempo que han perdido conmigo, doy las gracias y cancelo la portabilidad. Para mi asombro, el agente me dice entonces que si sigo con ellos pagaré la mitad de la mitad. No doy crédito, manifiesto mis reparos y me dice el interlocutor, más o menos, que bien tonto soy por pagar más, que ya es la mitad de lo que venía pagando durante muchos años. Intenta convencerme por todos los medios y al filo de la hora límite me anula la portabilidad.

Cuánto trabajo inútil de operadores mal pagados, qué competitividad cerril llevada al límite, a quién puede beneficiar esta falsedad, quién paga por esto. De esta he salido ganando, pese al gu-sanillo de la mala conciencia, pero pienso con Machado: «Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también!»

* Periodista