Canas incipientes, facciones descolgadas, voz calcinada por el cansancio y cierta delgadez inquieta. De esta guisa se le ve aparecer últimamente a Sánchez, el Pedro que quiso ser presidente de España sin pasar por las urnas y despellejando ideológicamente a aquel PSOE que más de una vez se asomaba a las lágrimas de algunos de nuestros padres. Y no porque el PSOE y su ideología histórica naciera con nuestra reciente democracia, sino porque trajo a ésta junto con otros, en sus manos. El PSOE de aquellos socialistas de la transición ya tenía una sólida ideología; aunque lo que no tenía entre sus filas eran muchos doctores, académicos se entiende, ni siquiera licenciados. Pero en contra de los que algunos entienden, las ideologías no necesitan títulos académicos, sino pasión, lealtad, inteligencia, compromiso y sentido común. Sánchez es doctor y del PSOE. Y presidente de los españoles. Pero estas tres cosas, parecen tambalearse en cien días mal contados que lleva de presidente. De su doctorado dice el presidente de la Academia de Doctores que «hay motivos para retirarle el título a Sánchez»; de su ideología socialista no hace falta ser un experto en socialismo español para percatarse cómo está dejando a sus siglas, ideológicamente hablando se entiende, con sus oscuros pactos con independentistas y antisistemas. Hasta Alfonso Guerra ha sacado su afilada y creativa ironía, que antaño hacia estragos en las filas de la derecha, para criticar a Sánchez por «boxear contra el fantasma de Franco». Pero Sánchez no se da por aludido. Aunque parece que algo por dentro de sí mismo sí lo está haciendo. Tal vez el precio por ser presidente está siendo demasiado alto no sólo para los españoles, sino para él. La prueba ahí está: Pedro Sánchez está envejeciendo a la misma velocidad a la que se deteriora su gobierno y su imagen. El problema es que las canas de Sánchez como pasó con Zapatero, nos las contagie a los españoles.

* Mediador y coach