Dejadme que comience pidiendo prestadas unas palabras.Pertenecen a la joven anarquista María Luisa Berneri (1918-1949) y están tomadas de su libro Viaje a través de la utopía, publicado en 1962. Me las he encontrado al leer el libro Invitación a la Utopía del teólogo Juan José Tamayo. Dicen así: «La nuestra es época de concesiones, de medidas a medias, del mal menor. Los visionarios son objeto de mofa o de desprecio, y los hombres ‘prácticos’ rigen nuestras vidas. Ya no buscamos soluciones radicales, sino meras reformas de los males de la sociedad; ya no tratamos de eliminar la guerra, sino de evitarla durante algunos años; ya no tratamos de eliminar el delito, sino que nos contentamos con reformas judiciales; ya no tratamos de extirpar el hambre crónica, sino de crear instituciones mundiales de caridad. En una época en la que el ser humano está tan preocupado por lo práctico, lo posible de realización inmediata, constituiría un razonable ejercicio volver la mirada hacia quienes soñaron la utopía y realizaron su idea de perfección».

Ahora debería callarme pero seguiré escribiendo un poco más.

A estas alturas de mi vida y dadas las circunstancias voy a acabar fiándome sólo del dentista que cuida de mis hijos, a quienes, dicho sea de paso, allí mismo en la consulta vemos crecer. Mientras tanto, mientras los veo, menos mal, crecer, tengo que soportar, tenemos que soportar los ciudadanitos y ciudadanitas de a pie que nos gobiernen tipas y tipos que nos engañan con sus títulos universitarios, con sus másteres, con sus doctorados (esperemos que la cosa pare aquí y no ocurra que comencemos a hurgar en estudios anteriores a estos, cuestión que si los más granados recordáis ya ocurrió con alguno de los Ministros de la era González). Ahora la guerra se ha situado en las aulas universitarias. El desprestigio de universidades como la Rey Juan Carlos es más que evidente, sobre todo por crear instituciones-chiringuitos alrededor de las mismas para alimento de unos cuantos y para las migajas de otros. Siento, de verdad, tener antiguas alumnas y alumnos que han continuado allí sus estudios y siento más aún no poder salir, porque no me dejan las circunstancias, del pensamiento distópico. Pero sentir, lo que se dice sentir, lo hago por aquellos que aún piensan que nuestro sistema educativo funciona. De verdad que me parto si el resultado es lo que nuestros políticos nos están mostrando (cuidado, reafirmándome en mi artículo anterior) que con esto no quiero decir que no tengan que ser lo que nos gobiernen). Incluso hay tipos y tipas que nos intentan engañar, menos mal que aún no pueden, diciéndonos que hay algunas clases de bombas, las que vendemos claro a los amigos de Arabia Saudí, que no matan.

Pero a ti te pasará lo mismo, supongo, que a mí. Lo que me jode no es que estas tipas y tipos no tengan estudios, ni tampoco la descoordinación evidente de la que hace gala el actual gobierno, que hasta puedo disculpar habida cuenta de la forma en la que ha llegado al poder. Lo que me jode es que me engañen, la mentira. Esto, sinceramente, es lo turbio del asunto. En mi trabajo me dirigen personas con menos titulación de la que yo mismo poseo y no pasa nada, no me tienen que engañar. La titulación universitaria no te garantiza la sabiduría sobre aquello que reza en el papel. Tuve un profesor universitario, sabio donde los haya, cuyas horas de tutoría se celebraban en un pequeño huerto que tenía en la misma Facultad y en el que cultivaba distintos tipos de hortalizas. Títulos tenía para empapelar la Facultad entera pero a él le encantaba cultivar tomates. Era un verdadero sabio. Nunca me engañó. Querido y querida político y política, no me importa, de verdad se lo digo, que usted no sea Doctora, o que usted no tenga un máster. Lo que quiero y queremos las ciudadanas y ciudadanos es que nos dirijan con verdadera honestidad.H

* Profesor de Filosofía