Orgullosamente convicto y confeso de incurable catalanofilia, el anciano cronista ha manifestado en diversas y no siempre propicias circunstancias su firme opinión acerca de la superioridad de la sociedad del Principado con respecto a la del sur del Ebro y la de los dos archipiélagos. A su falible juicio esta se revela de modo singular en facetas que, por razón de vocación y oficio, le son más conocidas como las culturales, pero también en ámbitos alejados del cultivo del espíritu, como, v.gr., los deportivos; sin mencionar, claro es, múltiples áreas de la actividad económica y empresarial, conforme a unas pautas y tradiciones ya multiseculares en no pocas dimensiones. La creatividad y el dinamismo de esta porción privilegiada en numerosas manifestaciones de la identidad nacional son tan inconcusas como la aportación ilimitada y generosa del resto de la gran patria española a su liderazgo y primacía en tareas fundamentales para la convivencia fecunda y enriquecedora de la colectividad hispana, que nunca, por lo demás, ha regateado su gratitud y aplauso a la «Amada Cataluña» por el sostenido y loable esfuerzo en pro de su engrandecimiento y prosperidad. Rivalidades de mayor o menor monta, antagonismos y desencuentros coyunturales, invariablemente reverdecidos en países de historia y cultura tan plural y contrastada como el nuestro, jamás, sin embargo, han podido imponerse a esta fuerte impronta de su carácter. En todas las hazañas colectivas de este pasado, no solo bélicas, sino también --y en superior cantidad-- cívicas, la presencia catalana resulta fácilmente constatable. Nombres de todos los antiguos condados figuran sin excepción alguna en todas las páginas escritas por los españoles, desde la antigüedad hasta la entrada en la Unión Europea y la forja de la Transición, las de mayor trascendencia sin duda en el protagonismo de las últimas generaciones.

Pese a deturpaciones y postverdades de tan ancha y lamentable circulación en el tiempo presente, la severa Clío no admite ni embelecos ni deformaciones en su jurisdicción y anchos dominios. Sus todopoderosas armas del rigor y la justicia no se azeman en ninguna tesitura contraria a su reinado por muy elevadas que sean la temperatura y la fuerza generadas por el sectarismo y la unilateralidad. Veritas filia temporis est. Incluso en el otoño español y catalán de 2018, la sentencia ciceroniana guarda toda su vigencia. La auténtica historia del viejo y entrañado Principado es la de un consenso básico con el conjunto del pueblo español en el fundente esencial de su identidad. Ninguno de los observadores extranjeros de indiscutible autoridad intelectual dejaron de contemplarlo así. Y el más noble y atractivo entre sus innumerables cantores castellanos, Cervantes, no pensó de otra manera. Ir siquiera en su rezago, no es, desde luego, mala compañía. Como, igualmente, tampoco será infecunda actitud para el logro de frutos serondos del diálogo entre España y una de sus regiones más laboriosas reconocer, sin comineras restricciones, su admirable e incuestionable superioridad en muchos y diversos quehaceres de los desplegados por la sociedad hispana en los esperanzados y difíciles días en que una nueva y sobrecogedora época despunte ya en el horizonte de la historia mundial.

* Catedrático