Llevamos unos días de mucha despedida política, sea forzada, como en el caso de Carmen Montón, sea porque se concluye un ciclo después de una larga y exitosa carrera, como el de Soraya Sáenz de Santamaría. Me resultó muy llamativa la dimisión dos semanas atrás de Nicolas Hulot, el ministro francés de medio ambiente. Es infrecuente oír a un político expresar públicamente su frustración, aunque esa misma decepción la sintamos todos cuando nuestro esfuerzo profesional no da fruto. Emmanuel Macron había bautizado al ministerio de Hulot de Transición Ecológica, toda una declaración de intenciones. La dimisión se había producido inesperadamente. Harto ya de que el nombre de su ministerio fuera solo una operación de márketing político y no un objetivo real, Nicolas Hulot, después de 14 meses en el cargo, sentía impotencia en el poder y dimitió alegando no tener potestad alguna para frenar la degradación del medio ambiente. Según su experiencia ministerial, a casi nadie de entre los poderosos (los que sí pueden hacer cosas o mandar que se hagan) le interesa la ecología.

Interesada por este curioso individuo que hablaba tan claramente de sus limitaciones y de su derrota, quise saber más de él. El señor Hulot es una celebridad, un divulgador científico con programa propio en la televisión, preside una fundación con su nombre y posee un patrimonio personal considerable. Fue un ‘fichaje estrella’ que con su fama y credibilidad hacía un favor a Macron aceptando un ministerio. Influyente y acostumbrado a trabajar sin jefes, imaginé que al dimitir también había puesto en la balanza su imagen y su prestigio. Y es que, al llegar al cargo, el chasco debió de ser mayúsculo: todo lo que Hulot había hecho bien en su carrera profesional, especializarse en ecología, tender puentes entre las personalidades relevantes de ese ámbito, se reveló poco útil para el puesto. Seguramente no sabía que formar parte de un Gobierno exige llegar a pactos, no solo con la oposición, sino con tus compañeros de gabinete que pueden llegar a estar tan alejados de tus intereses como tus adversarios de la calle.

Por suerte, Hulot ha sido listo y se ha bajado del carro a tiempo. Con el confortable colchón de su fama y su patrimonio, su renuncia ha quedado magníficamente ante sus seguidores evitando que la política le ensucie. Pero ¿es esto es todo lo que cabe esperar de la sociedad civil cuando se decide a participar activamente en política? ¿Es mejor ciudadano Hulot por haber dimitido denunciando lo poco en serio que se toma su presidente el medioambiente? ¿O hubiera sido más útil para el clima que hubiera aguantado para defenderlo de sus enemigos, aunque solo fuera un poco?

En España han sido Xavier Domènech y el año anterior Joan Coscubiela quienes han abandonado la política. Son situaciones muy distintas de la de Hulot, pero no es una buena noticia, a los ciudadanos nos hace sentir huérfanos. No sé cómo sería la política antes, pero en las últimas décadas se ha vuelto realmente dura. El cortoplacismo de los líderes y sus estrategias se ha impuesto. El acoso y derribo en las redes y otros medios también. El desgaste personal, familiar, profesional es muy grande. Si antes un cargo en política podía reportar prestigio y unas buenas perspectivas profesionales, ahora es todo lo contrario, bien puede minar tu carrera.

La política, además, pocas veces reporta la satisfacción de sentir que haces algo útil; más bien es un comprometerse y bajar el listón constantemente. No es fácil de sobrellevar. Hay que estar dispuesto a, si las cosas no salen bien, aguantar el tirón y seguir luchando por lo que crees, aunque sea duro y desesperante y no salgas guapo en la foto. Los demás, empezando por el mundo del que saliste para incorporarte a la política, quizá no te lo perdonen. Pero el primero que se reprochará a sí mismo el fracaso serás tú. No me extraña, por lo tanto, que den ganas de tirar la toalla. O eres un profesional de la política con una concha muy gruesa y sin otras ambiciones laborales, o acabarás sumido en una terrible melancolía. El único remedio es insistir en la receta y procurar que más profesionales válidos participen en política y acaben por imponer otros usos, otras costumbres. Sería bueno normalizar una dedicación temporal a la política para luego volver a tu ocupación, pero primero habría que volver a prestigiarla. No todos estamos hechos de la pasta que exige la política profesional: una combinación de vanidad y modestia, capacidad y humildad, pero, sobre todo, disposición para soportar niveles de humillación pública desconocidos para la mayoría. Quizá eso le faltó a Hulot, la conciencia de que la política, como todas las actividades humanas verdaderamente significativas (ser padre o ser madre, por ejemplo), mancha.

* Escritora y guionista