Este verano hemos conocido en la prensa el caso de Joel, un niño de 5 años apartado de su madre. La Audiencia Provincial de Vizcaya le ha retirado la guarda y custodia porque, según el Punto de Encuentro, esta mujer instrumentaliza al hijo en contra del padre. Así que, aun sin mencionarlo, pero usando otro concepto (como advierte el Consejo General del Poder Judicial), la justicia ha aplicado un nuevo caso de SAP (síndrome de alienación parental). Es decir, que la madre le ha ‘lavado la cabeza’ a su hijo y la única terapia es apartarlo de ella. No han averiguado ni siquiera por qué el menor llora, patalea y grita cuando ve a su padre.

El SAP ha sido la solución fácil para los abogados y los juzgados, antes de interesarse por el menor. Y eso a pesar de que el SAP no ha sido reconocido por ninguna asociación profesional ni científica. Ha sido rechazado en los dos grandes sistemas diagnósticos de salud mental utilizados en todo el mundo, el DSM-V de la Asociación Americana de Psiquiatría y el ICE-10 de la Organización Mundial de la Salud.

Aquí, en España, la ciencia también ha indicado lo mismo por activa y por pasiva. Un estudio de psiquiatras como Escudero, Aguilar o De La Cruz mostraron cómo parte de la comunidad científica rechazaba este síndrome. Advertían de que el SAP fue construido por medio de falacias, que no constituye una entidad médica ni clínica, y que tira por la borda todas las aportaciones científicas sobre la complejidad de la psique, desde Piaget a Vygotski o Spitz.

¿Más estudios? Los hay. Investigadoras como Bosch y Ferrer señalan en el Nuevo mapa de los mitos sobre la violencia de género en el siglo XXI que el SAP «parte de la consideración de que las leyes criminalizan lo que son conflictos normales en las relaciones entre hombres y mujeres». Nada más y nada menos.

En el 2010, la Asociación Española de Neuropsiquiatría fue muy clara. En un manifiesto indicaba que en uno de los trabajos de referencia del creador de este síndrome, Gardner, abundan sus propias opiniones y autocitas. Es decir, de 16 referencias bibliográficas, 14 son suyas. No hay que ser investigador para saber que está muy lejos de ser ciencia.

Pero, además, la propia asociación añade el sesgo de género donde, casualmente, «la mayoría de los cónyuges alienadores son mujeres que odian a los hombres» y concluye que «tal y cómo lo inventó Gardner, el SAP no tiene ningún fundamento científico y entraña graves riesgos su aplicación en la corte judicial».

Sin embargo, hay a quien no le vale la ciencia. Lo he comprobado en mis redes sociales desde que di a conocer el caso de Joel. Supongo que quienes se atreven a llevar la contraria a la ciencia se consideran, al menos, demócratas y defensores del Estado de derecho. Y que, en consecuencia, deberían aceptar la opinión del Consejo General del Poder Judicial. Pues el propio CGPJ dice con claridad que aceptar «los planteamientos de las teorías de Gardner (...) en los procedimientos de guarda y custodia de menores supone someter a estos a una terapia coactiva y una vulneración de sus derechos por parte de las instituciones que precisamente tienen como función protegerles», y recuerdan que el SAP no es una categoría diagnóstica clínica, ni en medicina ni en psicología.

Instan a la judicatura a que «no puede fundamentarse un cambio de custodia en favor del progenitor investigado o condenado por violencia de género en el llamado SAP», porque ante todo está el interés del menor, y que se debe valorar de forma particular «la prueba pericial».

Justo la prueba ignorada en el caso de Karen, como madre de Joel. Justo la prueba que acredita que Karen no instrumentaliza a su hijo. Cambiar una custodia no puede ser nunca un «tratamiento» a un síndrome inexistente. En todo caso, si Gardner hubiese querido vender su invento como un trastorno mental, este no se cura con cambios de custodias sino con tratamientos.

Mientras Karen solo puede ver en visitas vigiladas a su hijo una vez en semana (y en una, el padre no lo llevó), los neomachistas han vuelto a insistir en el SAP porque no escuchan, no aprenden, ni callan para hacer autocrítica. El buen neomachista es el que habla por encima, el que se cree más listo que nadie y el que tiene la osadía (y la ridiculez) de defender solo un SAP inexistente. El neomachista es el único ser que se quiere tanto que, a estas alturas, es capaz de negar lo que no niega ni la ciencia ni el Poder Judicial. Porque un neomachista tiene el síndrome de no ver más allá de su propio ombligo.

* Periodista