La Sackler es una familia modelo: multimillonarios norteamericanos de origen humilde, dedican parte de su fortuna a múltiples causas culturales y benéficas; museos como la National Gallery, el Metropolitan o el Louvre tienen pabellones que llevan su nombre. El año pasado, Kate Middleton inauguró el espacio Sackler en el Museo Victoria&Albert de Londres con este comentario: «¡Guau!». Su filantropía no se constriñe al arte: los Sackler han donado cantidades ingentes de dinero a universidades como Cornell, Columbia, Edimburgo, Glasgow o King’s College; son filántropos a gran escala, ejemplos del rostro humano del capitalismo, que hacen honor al lema del patriarca de la saga, Arthur: «Haz del mundo un lugar mejor».

Purdue es una compañía farmacéutica privada que en 1996 lanzó al mercado un analgésico revolucionario, el OxyContin, cuyo ingrediente principal era un derivado del opio 50 veces más potente que la morfina, pero tan inofensivo que era susceptible de ser prescrito para todo tipo de dolor crónico: tendinitis, dolor de espalda, migrañas... sin ningún efecto secundario ni riesgo de abuso o adicción. Una panacea. Dos décadas después de su comercialización, 200.000 personas han muerto en EEUU como consecuencia del consumo de opiáceos (33.000 muertos por esa causa en el 2015, más que por accidentes o armas de fuego).

Arthur Sackler fue un pionero en la comercialización agresiva de medicamentos: consiguió hacer del Valium el curalotodo, un medicamento expendido en EEUU con tanta frecuencia como la aspirina, y su familia aplicó sus exitosos métodos de márketing a la comercialización del OxyContin, el producto estrella del laboratorio Purdue, del que son dueños. Destinaron 4.000 millones de dólares a persuadir a los médicos de las bondades del OxyContin, ocultando a conciencia su tremendo efecto adictivo. En poco tiempo, centenares de miles de norteamericanos se hicieron adictos al OxyContin, que con tanta alegría prescribían los médicos. (El 80% de los consumidores de heroína y fentanilo en EEUU empezaron con el OxyContin.) La familia Sackler declina hablar sobre el asunto, si bien Richard Sackler matizó que el OxyContin no es peligroso, lo son sus consumidores.

En el 2007 Purdue se declaró culpable de haber engañado a los médicos sobre el potencial adictivo del OxyContin y pagó una multa; así solucionan los Sackler todas las demandas judiciales: pagando para evitar que llegue a juicio. Las ventas de OxyContin flojean, comprensiblemente, en EEUU. Purdue ha decidido volcarse en nuevos mercados, como Brasil, China o México, donde va a seguir facturándolo, dejando un rastro de muertos.

Los museos y galerías de arte beneficiarios de la generosidad de la familia Sackler no tienen intención de renunciar a ella. No estaría de más que bajo cada cuadro donado por los Sackler se indicara su coste en muertos.

* Escritora