Primero, miradas; después, sonrisas; más tarde, saludos; finalmente, sencillas pero fluidas palabras. Sí, ella era gitana. Aparecía cada semana con el mercadillo y, como si de una reina se tratase, el marido y los hijos, la veneraban. Era de gesto amable, de sonrisa fácil... Las primeras palabras partieron de mí: «¡Vaya trenza que tiene!». «Mis hombres no quieren que me la corte», responde. Una trenza negra, sedosa, gorda, larga hasta la cintura. «¡Y usted sí que viene siempre guapa, señora!».

A partir de aquel día, cada semana, una cita, un café, unas sustanciosas frases. Cuando llegó el verano, invariablemente, me traía una moña de jazmines, y yo, con ella entre mis manos, sentía que una profunda emoción me invadía. Era evidente su sensibilidad, delicadeza... ¿agradecimiento? Creo que sí, que aquella mujer, sin cultura alguna, pero educada e inteligente, valoraba y agradecía mi actitud hacia ella.

Un día faltó. La buscaban mis ojos, la buscaba mi alma. Sin ella aquel lugar estaba vacío. La gente en tumulto iba y venía. Los pregones se sucedían en vocerío de competencia. La cafetería rebosante de café y churros, pero yo estaba sola; faltaba, y me dolía en el alma, mi amiga gitana, Pregunté al marido, fiel siempre a sus mercancías. Está mala de los nervios; cosas de la edad. Pasó el tiempo: un año, quizás dos...

Esta mañana de mercadillo, sentada en la terraza, una mujer me miraba, me sonreía, se me acercaba: era ella. Su trenza larga persistía, pero en su gesto se dibujaba una triste sonrisa: «Me quería morir; he estado muy malita, pero mis hombre me han cuidado...» Compartimos café, alegrándonos por el reencuentro. Gesticulaba, más que hablaba, para decirme que yo estaba guapa como siempre. De pronto, su rostro se iluminó. De una taleguilla sacó un álbum de fotografías: era su nieto. Entre mis manos temblaban aquellas fotos de un precioso niño gitano, tan niño como todos y tan querido como todos.

Esta noche, al recordarlo, una especie de plegaria me brota del alma: ¡ojalá nadie, nunca, margine a un ser humano, a un niño!, porque también ellos, cuando llegaron al mundo, encendieron una nueva estrella en el universo.

* Maestra y escritora