Desde este pasado 1 de agosto «hemos utilizado todos los árboles, el agua, el suelo fértil y los peces que la Tierra nos puede aportar en un año». Entonces, a tenor de esta explicación de Valérie Gramond de la Global Footprint Network, ¿cómo seguimos vivos unos días después?¿cómo se mantendran repletos nuestros supermercados los próximos cinco meses?

Una primera respuesta a este misterio es sencilla, tomamos recursos, sin pedir permiso, de las próximas generaciones. La segunda respuesta para entender porqué seguimos sin racionamiento de todo tipo de hortalizas, verduras o pescado nos la ofrece uno de los platos de moda en el verano, el pulpo. En cualquier superficie se encuentra en muchas presentaciones, pulpo envasado al vacío, troceado, congelado... La inagotabilidad del pulpo se descubre al leer la etiqueta y buscar su procedencia. «El pulpo de mejor calidad del mundo», como dice la propaganda de algunas de estas marcas, tiene su origen en Dakhla, antigua Villa Cisneros, en el Sáhara Occidental ocupado por Marruecos.

Desde hace décadas los acuerdos de comercio entre la Unión Europea y Marruecos son el mecanismo para el expolio de los recursos del Sáhara Occidental, arenas, fosfatos y --mediante una flota de 126 buques (100 de ellos españoles)-- la caza y captura de uno de los mejores bancos pesqueros del mundo, sobre todo de cefalópodos. Son 9.000 toneladas de pulpo anuales las que salen de sus aguas para combatir nuestro riesgo de desabastecimiento pulpero.

Cuando se le ha pedido al Tribunal de Justicia de la Unión Europea que se posicione al respecto, por tres veces ha dictaminado que es ilegal. La última este mismo 19 de julio que concluyó que «el territorio del Sáhara Occidental y las aguas adyacentes al territorio no entran dentro del ámbito territorial respectivo de este Acuerdo».

Una sentencia que confirma aquello que es obvio, Europa se rige por el código de la piratería: robar y esconder el tesoro... Entre vallas.

* Coordinador de la revista ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y cultura’