Parecía evidente que la llegada del nuevo Gobierno y la reunión de Pedro Sánchez y Quim Torra en el palacio de la Moncloa había rebajado la tensión hasta el punto de considerarse que el «problema de Cataluña», había entrado en vías de solución. Días después, la decisión de los tribunales de Alemania denegando a España la extradición por el delito de rebelión, que aquellos consideran inexistente, ha vuelto a complicar el escenario, sobre todo porque los independentistas se han visto directamente apoyados en su estrategia de ruptura frente al Estado Español.

Y es que, al margen de las intervenciones del poder judicial, imprescindibles siempre que sean necesarias, el desafío planteado desde Cataluña solo tiene un tratamiento desde los poderes del Estado: el de la confrontación. Me explico. El diálogo, el apaciguamiento, la negociación, deben practicarse; sin duda y en todo momento; pero, desengañémonos, el diálogo no va a convencer a quienes lo tienen tan claro y han llegado tan lejos. Ellos eligieron hace muchos años, al principio disimuladamente y después abiertamente, el camino de la confrontación; yo mismo titulé con estas palabras hace meses un artículo en estas mismas páginas: Cataluña: la violencia pacífica’y comentaba en él algunas de las estrategias que en Cataluña se han seguido desde la aprobación de su Estatuto de Autonomía en 1979.

Responder a su «violencia pacífica» solo con diálogo no va a servir para nada. Practicar la resignación, la permisividad y el buenismo, como parecen ser las actitudes predominantes del actual presidente del Gobierno, no puede permitírselo una nación que, además de un pasado de 500 años, tiene sus fundamentos en una Constitución aprobada democráticamente. ¿Qué hemos de hacer entonces?.

La confrontación que propongo podría equipararse a la «violencia pacífica» que ellos practican, pero en mi opinión, tampoco sería necesario ponerse a su altura. El objetivo de esta estrategia no puede ser otro que conseguir que en próximas elecciones en Cataluña, el porcentaje de quienes votan a partidos independentistas disminuya. En las últimas elecciones fue del 47 %. Si aun sin tener mayoría de votos a favor, han sido capaces de montar un golpe de Estado, el día que lleguen a superar el 50 % de los votos se sentirán plenamente legitimados. Y para conseguir ese objetivo de rebajar el voto independentista, ¿qué podemos hacer? Esto es lo que echo de menos en los cientos de artículos y miles de declaraciones y comentarios que leo y oigo en los últimos meses: nadie habla de lo que se puede hacer para ganar finalmente la partida. Sé que hay propuestas más contundentes, pero también son mucho más arriesgadas; en cambio, las que expongo a continuación no necesitan consensos de alta política y son realizables a través de la gestión ordinaria del Gobierno de la nación, de las comunidades autónomas y de los ayuntamientos.

En primer lugar no queda más remedio que actuar ya sobre la educación pues esa ha sido el arma utilizada por los gobernantes catalanes para llegar a la situación actual; si es imposible cambiar una ley que permite la aberración de la inmersión lingüística, pues el mismo Tribunal Constitucional la dio por buena, habrá que actuar a través de la Inspección Educativa para evitar al menos el adoctrinamiento, a todas luces evidente e indecente, que muchos profesores practican en los colegios, en los institutos y en las universidades de Cataluña. No he vivido en Cataluña, pero en los ocho años que pasé como docente (y como alumno) en Mallorca recibí señales claras de lo que iba a ocurrir...

En segundo lugar habrá que organizar un potente sistema de información y ¿por qué no?, de propaganda. Un sistema que no solamente contrarreste la propaganda que ellos hacen manipulando la información e incluso inventándose la historia, sino que actúe con medios y sin complejos tanto en el interior de Cataluña como en el resto del mundo con todos los medios de que dispone el Estado: embajadas, consulados, centros del Instituto Cervantes, etc.

En tercer lugar deben actuar las comunidades autónomas y los municipios. En Cataluña existen cientos de centros culturales creados por ciudadanos que nacieron en otras regiones de España. Son 23 los centros de carácter regional agrupados en la Federación de Casas Regionales y Entidades Culturales de Cataluña; solo de Andalucía, existen 91 centros dispersos por toda la geografía catalana y agrupados en la Federación de Entidades Culturales Andaluzas en Cataluña (Fecac). Los actos que organizan están destinados a facilitar las relaciones entre quienes desde una región o desde un pueblo concreto, tuvieron que emigrar a Cataluña para poder abrirse camino en la vida; en general, consiguen el objetivo de mantener viva la cultura del lugar de origen y por lo tanto son un valladar contra el independentismo.

Pero la inmensa mayoría de estos centros regionales han estado completamente abandonados por los gobernantes de sus lugares de origen. Propongo que las comunidades autónomas y los ayuntamientos tomen cartas en este asunto; que se haga público y notorio el apoyo a estos centros, destinando ayudas económicas a su mantenimiento y organizando intercambios culturales que reafirman la identidad de sus asociados. Tal vez de esta forma se pueda evitar que los andaluces, extremeños, castellanos, etc. que viven en Cataluña, acaben aceptando, por «inmersión», por coacción más o menos explícita, o por convicción, las tesis de los independentistas.

Si no hacemos algo de esto y otras cosas, es decir, si no practicamos esta especie de «confrontación pacífica» que propongo, si nuestra actitud es solo de resignación, entonces la independencia de Cataluña por voluntad mayoritaria de los que allí residen expresada en las urnas, será, tarde tres o tarde treinta años, un hecho consumado. Y la responsabilidad de que esto ocurra, habrá sido de todos los españoles.

* Licenciado en CC. Educación, Universidad Palma de Mallorca