Primero te mataron el alma, haciéndote creer que eras libre, y te creíste libre. Luego vendiste tu vida hasta la sangre y todas las palabras, y pervertiste la verdad. Luego llenaste tu vacío con paja, con corcho y vanidades. Cambiaste tus huesos por alambres; tus venas, por aire y por olvido. Y donde hubo un cerebro y se escuchaba un corazón, ya no saltan dudas ni zozobras, solo apariencias y vacío, una piel sin estremecimiento y esa pose congelada de iniciar un movimiento desde lo que dices ser la plenitud de tu horizonte. Eres sólo una sensación de certeza y libertad, de poder llegar más lejos y más lejos. Eres sólo el aspecto de la sabiduría, como si poseyeses los arcanos de la existencia. Tu boca se abre con la forma de un grito de inmortalidad, pero tu lengua es de escayola, y nunca volverá a salir de ella el cálido aliento de la esperanza. Ya no tienes miedo, ni vértigo, ni dudas, ni te muerde la angustia con sus incertidumbres. Eres solo la apariencia de dominar el misterio de la vida, del tiempo y de la eternidad. Quien se pone ante ti te admira y te pregunta, pero tú sigues mirando impasible al hueco que posees del amor y de los sueños. Te crees para siempre fuerte, y que la muerte ni rozará tu esencia. Te crees alguien ante quien llega a ti, porque ya no te cansarás jamás, ni llorarás, ni te mostrarás débil en el suelo, ni te dañarán la noche ni la desesperación; siempre igual, sin cansarte, sin dar ni recibir, sin reír o estar triste. Te crees que has llegado a tu dominio y que ya no necesitarás a nadie, ni siquiera a Dios. Te crees que puedes vivir sin amor porque solo expresas poder y lejanía, porque tu reino es el silencio, la soledad y el frío de ser la muerte siempre. Por eso tu mirada solo es un abalorio de cristal. Solo te quiere el gorgojo de la melancolía, que orada tus cavernas y te convierte en polvo; y crees caminar, arriesgarte, luchar, aventurarte, alcanzar la cima más alta, pero eres la nada siempre.

* Escritor