Hace ya unos cuantos años, en un programa radiofónico nacional, y la hora de los gatopardos, escuché una entrevista hilarante y surrealista que tenía como protagonista a un industrial cordobés. Mentaba, aquél de cuyo nombre no conviene acordarme, que había comprado una alfombra a un vendedor ambulante. La mejor compra de su vida, oiga, pues esa alfombra le permitía hacer viajes astrales, divisando Andrómeda a su derecha, toda una preciosidad.

Andrómeda se encuentra a 2,5 millones de años luz de la Tierra, y no sé cómo diantres ningún dirigente del Partido Popular la ha esgrimido para amortiguar toda esa saca de golpes que le están viniendo encima. Cierto que para símiles hubiera sido válida cualquier constelación, pero Andrómeda tiene un puntito conspiranoico, más aún desde aquella película dirigida por Robert Wise en la que unos virus siderales ponían en peligro el futuro de la humanidad. A Rodríguez Maíllo, faquir de los marrones del partido gobernante, le habría tocado decir que los casos de corrupción vienen del pasado, y que su luz tarda en llegar como la de las estrellas errantes. Demasiadas estrellas errantes, incluso para el hieratismo de viejo rey leño que tanto gusta al presidente del Gobierno. Hay momentos en los que toca rebotar la vieja diatriba de la campaña electoral de Clinton versus Bush senior, pues no es la economía, estúpido, aunque una traducción más castiza habría introducido un coño exclamativo para zarandear la dignidad de un país que encima se juega los cuartos por la mezquindad de tanto separatista viviente.

¿Cómo pueden atrincherarse en la estabilidad, si la misma se asienta sobre un enjambre de tábanos? Quizá más que candidatos a presidir el Ejecutivo, este país necesita formar una cantera de Diógenes, que ayuden a encontrar aspirantes con un robusto sentido de Estado, y más acerados en la oportunidad que en el oportunismo. Muchas veces la debilidad es la grandeza, y a esta nación le toca pasar página ante tanto empacho de corrupción. Las siglas políticas no pueden tener la licencia de los artistas, y trasmutarse como Prince para ahuecar responsabilidades, ni migar elipsis para referirse a réprobos innombrables. Una cosa es la catarsis y otra el espigueo para conformar unas señas de identidad. Y esos tiempos supuestamente gloriosos, en los que el líder espatarraba los botos sobre la mesa de un rancho y hablaba tex-mex, generaron estos lodos; una distancia temporal que es soberanamente despreciable para un año luz, y a la que le sobra hasta la yesca de un mechero para desmontarse. Hay solución de continuidad para desactivar a tanto don tancredo: Ana Mato es el eslabón perdido entre el aznarismo y este cansino Mago de Oz. Y ni siquiera la gramática ayuda a este continuismo, pues este pasado flotante e inconcluso es precisamente un pretérito imperfecto.

De alguna manera, Pedro Sánchez ha emulado a Perceval, buscando el Grial en la moción de censura. No discutimos la audacia de esa opción, proporcional al hieratismo del partido conservador, necesitado de un buen cucharón de aceite de ricino. El problema es todo ese tufo de brujas shakespearianas que pueden salir de la ponzoña, chantajeando el voto favorable a cambio de cuartear España. Con o sin alfombras voladoras, Andrómeda está a una miaja de años luz. Mucho más lejos parece estar el desprendimiento y el sentido común de nuestros dirigentes.

* Abogado