En los últimos párrafos de la Teoría General del empleo, el interés y el dinero, John Maynard Keynes escribe que lo que mueve el mundo para bien o para mal, más que los intereses creados, son las ideas. En realidad, lo que mueve el mundo es la mezcla de ideas e intereses. Una mezcla que, en Oriente Próximo, es explosiva.

Para comprender qué pasa en Oriente Próximo es necesario hacer referencia al papel central de la religión en su vida pública. En países crecientemente desacralizados, relativamente homogéneos y democráticos, como España, en los que la religión va siendo solo una parte pequeña de lo público, y se mantiene por su sustrato cultural en ritos de celebración familiar (como las comuniones) o en expresiones colectivas de identidad (como la Semana Santa), no comprendemos que la fuente de legitimidad política, el derecho a actuar y los principios básicos de la actuación pública, estén determinados por principios religiosos, como no entendemos la lógica política que se deriva de estos principios. En el seno del Islam el conflicto político no es tanto un conflicto religioso entre los chiíes y los suníes, pues tienen ideas religiosas similares, sino entre Irán y Arabia Saudí, y se transforma en un conflicto religioso porque Irán es de mayoría chií y Arabia Saudí de mayoría suní, y, dada la importancia de la religión para construir su identidad política, esta se usa como arma, convirtiéndose, entonces, en un conflicto religioso. Como se usa como arma de conflicto de todos contra Israel, y no tanto por una cuestión religiosa, que también y a pesar de que el Islam casi siempre fue tolerante con los judíos, sino porque también la identidad de los israelíes y su afirmación sobre el territorio (su Tierra Prometida) tiene una base religiosa. La religión, pues, es un elemento esencial para explicar y comprender la lógica de los conflictos en Oriente Medio, pero no es la causa originaria de estos conflictos.

Las causas de los conflictos en Oriente Medio hay que buscarlas más en los distintos intereses de las élites que gobiernan las sociedades que lo componen. Intereses que se basan en el control de dos recursos materiales básicos: el agua y el petróleo.

El agua es una de las claves para entender el problema de Oriente Próximo, pues es una de las zonas más secas del planeta. El control del agua ha sido lo que ha llevado, por ejemplo, a la no devolución de los Altos del Golán por parte de Israel desoyendo (por enésima vez) las resoluciones de la ONU. Como es el suministro de agua el mecanismo de control de conflictos en la franja de Gaza. Como es la carencia de agua la que limita el desarrollo de algunos países como Jordania.

Pero son los intereses creados alrededor de la explotación del petróleo, su comercialización y sus finanzas, lo que genera fuertes conflictos entre los principales actores de Oriente Medio. Arabia Saudí, el mayor productor mundial, lucha por una subida del precio manteniendo la inestabilidad en Irak y presionando a Estados Unidos para que impida a Irán salir a los mercados internacionales, pues así, al tiempo que evita una caída del precio (que tampoco le interesa a los Estados Unidos) impide que los persas se recuperen económicamente. Irán quiere poder acceder a los mercados internacionales, esencialmente occidentales, pues los intercambios que realiza con China son muy poco ventajosos, pero quiere una apertura que no le lleve a la «contaminación burguesa» de su clase media. Al mismo tiempo, necesita una salida al Mediterráneo a través de Irak y de Siria, de ahí su intervención en ambos países. Turquía, con la excusa de controlar el terrorismo kurdo, quiere tener más participación en el petróleo del norte de Irak. Y, dentro de cada país, el interés de la élite que controla el recurso.

Religión, agua, población, petróleo, dinero... Armas... Religión. Agítese y se tendrá el cóctel de Oriente Próximo.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola