Por fin, mi querido Gonzalo. llega el día tan esperado por toda la familia de tu Primera Comunión. Esta mujer que, tras ser madre y maestra, ha descubierto que nada hay más hermoso, conmovedor y tierno que ser abuela, no lo podía pasar por alto sin dedicarte mis más sentidas palabras, porque tú, mi querido chiquitín, eres tan especial para mí como lo has demostrado tú por mí que fue la palabra abuela, la primera que pronunciaste. Hace unos días, tu madre me contaba cómo en un trabajo que te pedían pegaras la fotografía de la persona más importante para ti y escribieras por qué, pusiste una foto mía contestando: porque la quiero mucho y es muy buena y escribe muchos libros. ¿Hay algo más grande en esta vida que esa predilección y esas palabras a tus pocos años? Inteligente, creativo y gracioso como eres, quiero recordarte algo importante: te preguntaba qué deseabas que te reglara. Nada, abuela --me contestaste--; no hace falta. Ante mi insistencia exclamaste, al fin: un móvil mismo. Me hizo gracia y sentí pena al comprobar que ya estás contagiado por este síndrome de los tiempos, pero hoy, vísperas de tu Primera Comunión, quiero regalarte solo un palabra y con mayúscula: AMOR. Sí, vida mía, aunque no la entiendas hoy, quiero que sepas que nada hay tan importante como amar y ser amado. Es lo único que vale la pena, la gran lección que nos dio Jesús: amar a todos. Tan importante eres para mí que me fundo contigo y hago también mi Primera Comunión, mi primer compromiso con todos: AMOR.