Como las olas en la arena de la playa, se desvaneció su vida. Fue un 30 de abril, hacia media noche, hace veintiocho años. Se llamaba Mariano: era mi marido, hombre bueno, sencillo al que jamás podré olvidar y al que cada año al llegar estas fechas, mi emocionado recuerdo: un beso en las mejillas, cuando sus labios eran ya frío inerte y cuando su vida, que expiraba, se despedía. No obstante, hoy, mi recuerdo se extiende y quiere llegar como homenaje, a todos aquellos vecinos que se nos fueron. Ellos, un día, presente en este nuestro bloque, fueron protagonistas de iniciativas, preocupación constante por todo y por todos. Ellos fueron un día, pasos en nuestras escaleras, miradas desde nuestras terrazas, fueron palabras de saludos, sonrisas y parabienes en cada encuentro, en cada gesto. Sí, ellos fueron mis queridos vecinos que así como un día bien empleado produce un dulce sueño, sus vidas, plenas de lucha, de trabajos, de sinsabores y también de momentos felices, se durmieron en la dulce paz de los hijos de Dios, y los que disfrutamos de su presencia, de su amor, nunca los perderemos porque todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos para siempre. Como un mar, alrededor de la soleada isla, sus voces, día y noche, son ecos que, como canción sin fin, podemos escuchar en ese lugar del alma donde habita la belleza y el amor. Y yo escucho sus voces, hoy, pero sobre todo la del hombre bueno que me amó y la de mi querida hermana presente en cada instante de mi vida.

* Maestra y escritora