En un mundo de la imagen y la comunicación, las apariencias en política se cuidan más que el ser. Estamos viendo atónitos como se descubre a personas públicas, con importantes cargos institucionales, que tratan de aparentar lo que no tienen, en este caso un título que ni les capacita ni se les exige para lo que hacen o quieren conseguir. La «titulitis» en el peor de los sentidos, como un papel o título que exhibir para darse un mérito añadido y crear una inmejorable apariencia formativa. Quieren ser admirados también por sus logros académicos. Para ello, se dedican a engordar su currículum pagando cursillos, cursos y másteres, sin dedicarles más tiempo que el de buscar a un conseguidor que se los ponga a mano. En otros casos, para colmo, mienten descaradamente y se atribuyen títulos jamás conseguidos, basta con escribirlos en su perfil. Máster de Derecho Público del Estado Autonómico, posgrados en Harvard y Georgetown y otras distinciones académicas, sin apenas días de clases, sin exámenes y sin presentar, ni hacer, el obligatorio TFM. Todo ello por unos miles de euros. Parece que para ellos todo se hace fácil, por su poder, sus influencias y su desahogo económico. Lo que quieren conseguir lo consiguen: una falsa apariencia sin mérito alguno. El chanchullo y el trapicheo más obsceno es el artífice de esta moda.

Con esta farsa han conseguido banalizar unos títulos que son obligatorios para los jóvenes poder trabajar. Estos másteres les suponen a los jóvenes y a sus familias mucho esfuerzo intelectual y económico. Familias que en la mayoría de los casos han tenido que endeudarse para pagar matrícula y estancia donde se imparten estos másteres.

Pero también han conseguido algo peor, desprestigiar a la Universidad, una institución, la académica, que ha basado su prestigio social en el rigor y en el esfuerzo.

Por todo ello, no podemos permitir este engaño infame. Quienes mienten creando falsas apariencias no deben tener el honor de representarnos ni detentar poder institucional. Me niego a que los que nos dedicamos a la política tengamos que ser ejemplares, somos personas con nuestras virtudes y defectos, por eso también me niego a que tengamos que aparentar lo que no somos. La hipocresía es el sustrato de este asunto tan de actualidad. Y la hipocresía es contraria a la coherencia que sí la considero necesaria para quienes tenemos el honor de dedicarnos a la política.

* Diputado socialista por Córdoba