El horror suele latir en la normalidad de quienes se indignan ante las imágenes del telediario, en el gesto cotidiano de espantarse ante Siria, el fango donde se hacinan los refugiados o las hambrunas sin piedad que sufre África.

El horror vive a la vuelta de la esquina, en el rellano del piso de abajo, por ejemplo, en la puerta de al lado. En esos ojos que encontramos en el ascensor, en la cola del supermercado, en las reuniones de padres o de vecinos. O en las salas de luz inmisericorde, bajo las lámparas que nos devuelven una imagen ojerosa y amarilla de nuestros cuerpos mortales.

Allí, a veces, el horror se vuelve tangible, se oye, hasta puede masticarse. Como en la sala de urgencias del Hospital General de la Palma, el lugar en el que muchos familiares abandonan a sus mayores cuando no pueden o no quieren atenderlos en casa.

Hay que leer despacio esta frase para entenderla bien. Extenderla, analizarla, comprender en su dolor y su injusticia el hecho que describe.

Hijos, sobrinos, adultos hechos y derechos que dejan a sus personas mayores abandonadas en una sala de hospital. Sin avisar a los servicios sociales en el caso de que no puedan atenderlas. Sin buscar antes una residencia, un cuidador, una ayuda si de verdad no pueden hacerse cargo.

Se limitan a no ir a recoger a su familiar cuando le dan el alta. Hay que pararse también ante esta frase. Volver a leerla con cuidado. Imaginar solo por un instante a ese ser desvalido de ochenta años que ya no puede andar sin apoyo. Que espera un día y otro a que alguien venga a recogerlo. Y que no puede entender por qué nadie lo hace.

Dice el director que de las doscientas camas de su hospital un diez por ciento son para ancianos abandonados. Y que es el personal sanitario quien tiene que buscar solución, plazas en residencias, gestionar ayudas.

Y que desde mayo de 2017 vive allí un hombre de ochenta y siete años al que todavía no han encontrado plaza en ningún sitio. Y que no deja de llorar porque no entiende. Que trabajó toda su vida y que tiene su casa.

A lo mejor no lo entiende porque el horror cotidiano es difícil de entender. Sobre todo este, esta miseria moral de tus propios familiares, esta catadura inclasificable de alguien tan cruel y torpe que es capaz de olvidar el destino común que nos aguarda a todos los humanos.

* Profesora