Azul intenso, casi añil, quizá por la sangre derramada en sus aguas durante centurias, el mar Mediterráneo ha sido pieza esencial en el dibujo y diseño de la identidad y los valores de Europa. Batallas como la de Lepanto perfilaron primero su carácter rancio --y arcaico-- de bastión del cristianismo. Otras, como la de Abu Qir, abrieron después la lucha por la nociva colonización de África, de la que aún hoy percibimos sus perniciosos efectos. Entre 1941 y 1945, el pulso entre las fuerzas fascistas del Eje y los buques aliados permitió que el viejo continente ganara la que sin duda ha sido la contienda más decisiva. Espantada ante el horror de la guerra y el espectro de la intolerancia, el 10 de diciembre de 1948, la nueva Asamblea de Naciones Unidas adoptó en París la carta fundamental de los Derechos Humanos, la mayor conquista de la historia de la humanidad.

Más de medio siglo después, los hijos políticos de aquellos visionaros parecen decididos a sumergir ese tesoro de convivencia --nunca bien desarrollado, es cierto-- en el mismo mar Mediterráneo del que en gran parte emergió. Hace apenas unos días, en plena Semana Santa, el barco de rescate Aquarius, fletado por las ONG Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée se vio envuelto en un incidente que ilustra ese dilema moral que arrastra Europa, que socava sus pilares éticos y que nos debería conducir a reflexionar sobre qué modelo de sociedad legaremos a nuestros descendientes. Aquella desigual que desembocó en dos grandes guerras y cruentas revoluciones o la que un día soñaron quienes vencieron en Montecasino o Normandía. Amanecido el Sábado Santo, el Centro de Coordinación Marítimo de Rescate en Roma (IMRCC) avistó un bote neumático con más de 120 personas a bordo navegando a la deriva en aguas internacionales, a unas 25 millas de las playas de Al Zwara, núcleo del tráfico ilegal de seres humanos en Libia. Alertado por la citada autoridad europea, el pequeño buque se acercó hasta la zona para proceder al rescate. Las leyes internacionales del mar exigen que sea el barco más cercano el que socorra a cualquiera que se halle en peligro de naufragar. Apenas una hora después, las zodiac, con equipos médicos a bordo, se aprestaba a cumplir la misión. Fue en ese punto cuando política, seguridad y solidaridad entraron en conflicto.

En virtud de un acuerdo firmado con el Gobierno de Acuerdo Nacional en Trípoli --sostenido por la ONU y financiado por la Unión Europea pese a carecer de legitimidad democrática y representar apenas al treinta por ciento del país--, y en contra de las leyes marítimas, el IMRCC interrumpió el rescate, ordenó al Aquarius frenar y transfirió la operación a la Guardia Costera libia, integrada por milicias y antiguos contrabandistas reconvertidos en policías a golpe de talonario, pese a que la patrulla se hallaba a más de dos horas de distancia, cerca de la ciudad de Al Zwara, la misma desde la que había salido el bote de madrugada. Solo se permitió a las ONG asumir los casos médicos, ya que la nave libia carecía de equipos sanitarios. Un total de 38 personas, entre ellas dos mujeres embarazadas, una decena de niños y un bebé de una semana. El resto volverían al lugar del que huyeron.

Las leyes emanadas de aquella histórica Carta, que protegen a todos los ciudadanos en las sociedades avanzadas, prohíben entregar a refugiados, solicitantes de asilo y personas que huyen de los abusos a países donde no se garanticen sus derechos fundamentales. Libia es hoy un estado fallido, víctima del caos y la guerra civil desde que en 2011 la OTAN contribuyera a la victoria de los rebeldes sobre la dictadura de Muamar al Gadafi. Carece de gobierno estable, con tres focos de poder en permanente conflicto, y decenas de milicias y de grupos yihadistas descontrolados, como el Estado Islámico. La tortura y los abusos físicos y psicológicos son un desgarrador y patente testimonio, visible en en la piel y en el relato de los que prefieren arriesgar la vida en el mar a volver a centros de detención insalubres y violentos. Ni siquiera la ONU reconoce Libia como un puerto seguro. ¿Fue un rescate o devolución en caliente?, se preguntaba el domingo de Resurrección un conocido periodista. ¿Seguridad o inquietante agonía de un marco de convivencia, respeto e igualdad que --aún con sus graves fallos-- nos ha alejado durante más de medio siglo del nazismo, el fascismo, el estalisnismo y otros itsmos reaccionarios, y acercado al humanismo y a la humanidad? Esa es quizá la pregunta ahora.

* Periodista. Ganador del Premio Julio Anguita Parrado 2018