Vivimos un tiempo gramsciano en que lo viejo tarda en morir y lo nuevo en nacer. Desde el final de la guerra fría se suceden los desmembramientos de países, asistimos a movimientos separatistas desde Asia central hasta Europa. Así como el siglo XIX fue el de los imperios, el XX el de los estados-nación, el XXI es el del empoderamiento de las regiones y las ciudades.

Asistimos al final de las tradicionales líneas de fractura política y del modelo de partidos heredados del mundo bipolar de la guerra fría, dando paso a otras nuevas entre globalización y nacionalismo. Mientras sociedad y política están fuertemente disociadas, se descomponen las alianzas políticas tradicionales y la política se vuelve muy volátil. A partir de ahora hacer política es gestionar la complejidad, el malestar social, lo impredecible, fuertes polarizaciones, el fin del bipartidismo y la falta de mayorías para gobernar. Triunfa el perfil del político outsider, en su versión histriónica desde Duterte hasta Trump, y en la no populista desde Trudeau hasta Macron. Emergen movilizaciones con liderazgos colectivos que fuerzan cambios legislativos desde la periferia de unas estructuras políticas que ya no los integran.

La crisis económica ha socavado las bases de la paz social que se instauró en Europa tras la segunda guerra mundial: creación de clase media y Estado del bienestar. Mientras en Europa los destruimos, en el Sudeste asiático se está generando una creciente clase media al albor de la transición tecnológica, aunque tengan aún pendiente el desarrollo de los derechos humanos y las libertades públicas. La política exterior de muchos gobiernos está cada vez más militarizada y regida por guerras comerciales que por la diplomacia. Pasamos a hegemonías compartidas, a un mundo multipolar donde el poder se desplaza al Sudeste asiático y donde otros grupos regionales pujan por tener su influencia: los brics, la UA, Unasur, Asean...

La emergencia de la «democracia 2.0» es una respuesta a la obsolescencia de una Administración rígida que no resuelve los problemas ciudadanos, donde cada vez tendrá menos valor el voto electoral y más una democracia deliberativa en que a través de movimientos paralelos --lo que Rifkin llama poder lateral-- ciudadanos y movimientos sociales, pero sobre todo los medios, demandan cada vez más rendición de cuentas y transparencia. Donde se inician consultas ciudadanas, que en España emergen desde el municipalismo, y se legisla con la previa participación de expertos y colectivos. Se empieza a plantear la sectorización de las elecciones, en sanidad, educación, etc. Asistimos a la emergencia de movimientos de dignidad representados en colectivos que estaban discriminados y pujan por romper su invisibilidad.

Los países que no reformen corren el riesgo de caer en el autoritarismo y de sufrir un auge de los extremismos. En España preocupan el aumento de las manifestaciones y delitos de odio, y la congelación del conflicto catalán. Mientras Occidente no lidera grandes proyectos, otros inician ambiciosos planes de reforma con una hoja de ruta:

El Plan Saudí 2030 de privatización del 40% actual al 70%, para diversificar su economía teniendo en cuenta que el 80% está basada en el petróleo, agotable, y ante el auge de las renovables, y con un 70% de jóvenes que quieren vivir mejor y modernizar sus vidas, pretende abrirse también a las mujeres, aunque tenga aún que hacer frente a las resistencias de la policía religiosa y del sistema de justicia wahabita.

China, con el programa 2020 para sacar a 30 millones de la pobreza rural y reconvertirlos a profesiones con futuro como el turismo. Cada vez más comprometida con la agenda del cambio climático y apostando por los vehículos eléctricos y la sustitución de combustibles contaminantes. Como con el brexit y la victoria de Trump, y al igual que con el reciente brote en Túnez y en Irán, se movilizan las clases más desfavorecidas del interior y de las zonas rurales, dispuestas a apostar por opciones políticas novedosas y rompedoras.

Mientras China elimina los pagos en metálico también África se quiere digitalizar, en Kenia una cuarta parte de las actividades económicas de su PIB se generan por apps.

Y es en los países del Golfo y del mar de China donde se va a centrar la agenda de riesgo bélico a través de actores interpuestos. Por lo que las estrategias de seguridad nacional de los países deberían incluir indefectiblemente las energías renovables y los efectos de la precarización y de la transición tecnológica.

* Consultora en política y seguridad internacionales