Cuando las Naciones Unidas, en 1948, aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se pasó por alto uno que, a la luz de lo que está ocurriendo en Cataluña, resulta fundamental: el Derecho de Hacer el Ridículo.

Desde el comienzo del llamado procés, se percibió una tendencia al absurdo muy llamativa. No extrañó, por cuanto la irracionalidad forma parte esencial de las lógicas de los estados nacional-fascistas, al fin y a la postre, lo que allí se estaba cocinando. Pero increíble es que, no solo no se desacelera la tendencia, sino que se acentúa, hasta el extremo de que el ridículo se asume como un voluntario y decidido fin.

¿En qué se basamos esta opinión? Los personajes que, de una manera flagrante, han asumido la praxis de la irracionalidad y de la «tontería», así como del afianzamiento del absurdo, nos han mostrado estas situaciones plenamente ilustrativas. Por su repercusión mediática, un ridículo sólido y compacto es el que nos ofrece en el Congreso de los Diputados don Juan Gabriel Rufián Romero, osado parlamentario que se ha consagrado como «el guardián» de la ortodoxia republicano-nacionalista, asumiendo el papel de disparatar, insultar, difamar y maltratar a cuantos --personas o instituciones-- le salen al paso; el papel, en definitiva, de envilecerse, mientras que su mentor, Joan Tardá, queda en la retaguardia para las faenas de más alto empaque, lo que le permite revestir su extremismo fascistoide de una aparente moderación y cordura.

Otro personaje cuyo «derecho a hacer el ridículo» debería escribirse con grafía áurea es el de la diputada de Podemos doña Angels Martínez Castells, que asumió la innoble tarea de retirar las banderas españolas que los diputados constitucionalistas habían dejado en los escaños vacíos del Parlamento catalán. Ante tal gesto, de pronto se materializó en mi memoria un personaje de TBO, que era presentada como Petra, criada para todo, abnegada asistenta, aplicada y diligente, siempre al quite para mantener inmaculado el hogar de Doña Patro, oronda e irascible señora siempre descontenta con la labor de Petra.

Y qué decir del Mayor de los Mossos de Escuadra, Josep Lluís Trapero Álvarez, erigido en jefe del brazo armado de la Republica Catalana, parapeto para tantos listillos que, a costa de la adulación bobalicona del policía, han conseguido permanecer indemnes a costa de que «el héroe» se «envaine» unos añitos de cárcel.

Pero observe el lector la insistencia de apellidos castellanos entre nuestros personajes (Rufián, Martínez, Trapero, Álvarez), muestra indiscutible del buen funcionamiento del lavadero de mentes que es la escuela catalana, capaz no solo de «desnaturalizar» afectivamente a los hijos de la emigración, sino incluso de convertirlos en adalides de la causa nacionalista que machacó y explotó a sus padres y abuelos.

Pero también los catalanes en estado puro ofrecen un pedigrí propenso a participar en esta carrera del ridículo. En este aspecto elijo a tres personajes verdaderamente excelsos: Roger Torrent, president del Parlament; Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Marta Madrenas, alcaldesa de Girona. Los tres, en ejercicio del derecho a hacer el más republicano de los ridículos, han sublimado su ideología hasta atentar contra los propios intereses de sus representados; imaginamos la hemorragia de satisfacción que habrá invadido al pueblo llano, el que vive del turismo y de los servicios, ante estos gestos de sus autoridades de negarse a que la Fundación Princesa de Girona celebre su entrega de premios en la ciudad, así como el de plantar al Rey de España en la recepción oficial del Mobile Word Congress, evento que puede perder la ciudad condal.

Y me planteo:¡cuán difícil estaría dilucidar los ganadores de un Concurso de Tontos si éste se convocase!

* Catedrático